Keynes frente al Estado de derecho
Los presupuestos autoritarios de
Keynes
La economía
normativa en Keynes
Las
consecuencias constitucionales de la “eutanasia del rentista”
Keynes y la Constitución económica
“Las perspectivas económicas de nuestros nietos”
1936. La Fundación de la “nueva economía”
La ley de Say y John Stuart Mill
La propensión a ahorrar. Liquidity preference
Las consecuencias constitucionales de la “eutanasia del
rentista”
El juez como regulador: los orígenes de la Constitución
keynesiana
La Corte Suprema como regulador final
Desafíos de
un tribunal en Materia Económica
El Dilema
Ex Post y Ex Ante en la Creación de Normas
Influencia
de las Decisiones Judiciales en la Economía
Litigios y
Comportamiento Económico
Análisis
Económico de las Normas Judiciales
La
Discrecionalidad Judicial y los Intereses de los Grupos de interés
La Función
Judicial ante el
Interés General
La teoría económica de Keynes y las decisiones judiciales
La
Perspectiva de la Teoría de Public Choice
Precedentes
Judiciales y la Creación del Estado Administrativo
La Economía
Institucional y Keynes: Influencias en el Pensamiento Jurídico
El Modelo
Keynesiano y la Presunción de la Intervención Estatal
La influencia de Keynes en la justicia argentina
La reforma
constitucional ausente
Las libertades económicas y la emergencia
La división entre libertades civiles y económicas
El ‘guiding influence’ de Keynes
Conclusión: El kaleidoscopio keynesiano
“El
gobierno no ha sido creado para hacer ganancias,
sino
para hacer justicia; no ha sido creado para hacerse rico, sino
para
ser el guardián y centinela de los derechos del hombre, el
primero
de los cuales es el derecho al trabajo,
o
bien sea la libertad de industria.”
Juan
Bautista Alberdi
Sistema
Económico y Rentístico de la Confederación Argentina
según su Constitución de 1853
“Ideas,
knowledge, science, hospitality, travel these are
the
things which should of their nature be international.
But
let goods be homespun whenever
it
is reasonably and conveniently possible, and,
above
all, let finance be primarily national…
a
greater measure of national self-sufficiency and
economic isolation between countries, than existed in 1914,
may
tend to serve the cause of peace rather than otherwise.”
John Maynard Keynes “National Self-Sufficiency”
The Yale Review, Vol. 22, no. 4 (June 1933)
El
keynesianismo está agotado pero su deformación al estado de derecho continúa
vigente. Estas han sido de tal magnitud que suponen una reforma de la
constitución económica. Keynes impone dos transformaciones importantes a las
constituciones. La primera es la expropiación de los ahorros de la población
por la eutanasia del rentista, que asume un carácter normativo extremo y
obtiene la aceptación de la sociedad similar a una norma constitucional.
La
segunda es la doctrina proteccionista conformando un nuevo mercantilismo por su
artículo de 1933 sobre la autosuficiencia nacional. El carácter normativo de
esta doctrina ha distorsionado la libertad comercial de la Constitución. En ambos casos la reforma constitucional no se efectuó a
través de una Convención Constituyente sino en actividad administrativa y
judicial.
La
aplicación del modelo económico propuesto por Keynes lleva a la destrucción del
sistema de división de poderes y de derechos humanos existente en el sistema
republicano y democrático. Establece los argumentos económicos necesarios para
una concentración de funciones en el Poder ejecutivo y en la limitación del
control judicial de constitucionalidad.
Pero
los argumentos jurídicos para esta redistribución masiva de poderes fuera de la
Constitución están basados en una doctrina económica sin genuino sustento. La
teoría económica keynesiana clásica ha justificado la concentración de poder en
Ejecutivo, ha reinterpretado los derechos constitucionales en forma restrictiva
hacia las libertades económicas, ha autorizado la explosión del gasto público y
el endeudamiento externo e interno. Ha sido la base económica para la
hipertrofia de los poderes ejecutivos, de la Nación y de las provincias.
La
política económica es ejecutada por las instituciones políticas, pero dentro de
la Constitución. Los fundamentos de una buena teoría económica se relacionan
necesariamente con las instituciones políticas de una sociedad. La teoría
normativa ideal para un régimen autoritario puede fracasar completamente dentro
de un sistema político pluralista y participativo.
La
pregunta es si existe una compatibilidad entre la economía keynesiana y el
sistema político de una democracia constitucional. La duda sobre este tema está
planteada reiteradamente en la obra del propio Keynes, quién en el prólogo de
la edición alemana de la Teoría General señaló que la reinterpretación del
proceso económico en un modelo normativo dirigido teleológicamente era más
aplicable a un régimen autoritario que a uno democrático.
Si
una teoría económica es incompatible con el sistema constitucional, nos vemos
ante una alternativa extrema, o consideramos a la teoría como inevitable y
causamos una revolución constitucional, o por el contrario buscamos una teoría
económica que nos permita subsistir en una sociedad democrática y descartamos
las doctrinas que nos lo impidan. Es la oscuridad de muchos modelos económicos
lo que impide efectuar este análisis que en otras circunstancias sería
relativamente sencillo.
Hacer
una historia de la aplicación del modelo keynesiano a una economía democrática
es también hacer la historia de una revolución constitucional.
En
la Argentina la aceptación de las ideas keynesianas durante las décadas del ’40
y ’50 y con gran énfasis en la década del ’60, cuando existe una consolidación
del modelo keynesiano en las facultades de economía del país.
Los
elementos normativos del modelo keynesiano se encuentran particularmente en los
dos últimos capítulos de la Teoría General, el 23: Notas sobre el
mercantilismo, las leyes sobre la usura, el dinero sellado y las teorías del
subconsumo; y el 24: Notas finales sobre la filosofía social a que podría
conducir la Teoría General. Ambos son elocuentes en establecer un programa de
gobierno, el primero de los mencionados porque elogia al mercantilismo y al
proteccionismo económico, el segundo porque estableció la notoria ‘eutanasia
del rentista’.
El
modelo keynesiano tiene efectos no siempre previsibles a primera vista, permite
a los políticos y funcionarios el jugar a Dios, regulando los aspectos más
variados de la vida de los habitantes. Al mismo tiempo por los grandes recursos
que transfiere al gobierno y a sus sectores amigos, permite una gran
concentración del poder en la rama ejecutiva del gobierno. Las instituciones,
como las ideas, tiene consecuencias que no son evidentes en momento de su
establecimiento. Esto supone un reconocimiento de las escuelas de economía neo
institucional, austríaca y del Public Choice.
La
utopía de Keynes era la polis industriosa de Platón, con nobles filósofos
visionarios del bien común. En un párrafo de la Teoría General se describe la
visión de Keynes: “Los males del capitalismo podrían eliminarse gradual y
efectivamente mediante el proceso de evaporación de la tasa de interés.” Su
propuesta es de reforma política y social, antes que económica. Keynes no era
un demócrata, al menos no en el sentido moderno del término, su posición era
que una elite esclarecida a la que él pertenecía debía gobernar en beneficio de
los demás sectores. Esta forma de despotismo ilustrado es esbozada en su
artículo Las perspectivas económicas de nuestros nietos. No son las
principales obras técnicas las que nos permiten conocer los va- lores profundos
de un autor. Keynes fue un autor prolífico, con conferencias y cartas que
permiten conocer su personalidad y sus intenciones en mejor medida que los
razonamientos un tanto alambicados de la Teoría General.
Keynes
tenía una particular aversión hacia quienes vivían de rentas, ‘rentiers’ y también hacia los creadores de riqueza,
‘money makers’.
Esa visión era más profunda que cualquier análisis económico sobre la
importancia del ahorro en una familia o en la sociedad. Provenía su aversión
sobre un rencor profundo hacia la sociedad tradicional británica, que tenía
capital ahorrado y vivía del interés. Ese encono le impedía ver las
consecuencias que su teoría tendría sobre los ahorros de la clase media, a la
que por otra parte también despreciaba, y particularmente en el estado de
derecho.
En este artículo Keynes
expresa su opinión con una mayor candidez que en otras obras:
“estamos siendo atacados por una nueva enfermedad de la cual muchos
lectores aun no conocen el nombre, pero de la que escucharán mucho en los años
por venir, el desempleo tecnológico. Esto significa el desempleo causado por
nuestro descubrimiento de medios para economizar la utilización de mano de
obra, que supera el ritmo en que podemos encontrar nuevas utilizaciones para la
mano de obra.
Desarrolla un argumento encubierto a favor del igualitarismo más absoluto,
ya que todo deseo de superación personal, ya sea financiero, cultural,
intelectual o ético, sería considerado como una forma de imaginarse superior a
los demás.”
Impone
un notorio desprecio hacia los creadores de riqueza: “Los agotadores e intensos
(money makers)
podrán llevarnos a todos con ellos hacia la abundancia económica. Pero serán
aquellos pueblos que puedan mantener vivos y llevar a una plena perfección, el
arte de vivir sin venderse para obtener medios de vida, los que serán capaces
de gozar de la abundancia cuando ésta llegue.” Hemos exaltado algunas
cualidades humanas desagradables exaltándolas como las más altas virtudes.
Debemos ser capaces de valorar la motivación del dinero en su verdadero valor.
El valor del dinero como una posesión debe ser reconocido por lo que es, una
morbosidad algo desagradable, una de las propensiones semi criminales, semi
patológicas a las que enviamos con un escalofrío al especialista de
enfermedades mentales.”
Continúa
con un antisemitismo críptico. ‘Probablemente no sea un accidente que la
raza que ha hecho más para traer la promesa de la inmortalidad al corazón y
esencia de nuestras religiones haya también hecho lo máximo para el principio
del interés compuesto y particularmente ame esta institución humana tan
intensa.” Keynes recrea en estas palabras la fábula del prestamista avaro y
judío, que se difundían en forma perversa en Europa en esa época.
La
‘Eutanasia del rentista’ se refiere a la disminución sostenida de la tasa de
interés, producida por un aumento tan elevado de la oferta de capital, que éste
deja de ser escaso. A partir de ahí, el inversor sin funciones en la producción
no recibe gratificación alguna. El proceder es semejante al del socialismo
utópico, que funda su crítica a la sociedad actual en el plano de la ética.
Imagina al aspecto más indignante y condenable del capitalismo, lo que es
menester eliminar para que la virtud recobre su imperio, es la posibilidad de
obtener ganancia sin sacrificio, la vida sin trabajo. Recordemos estas palabras
de los últimos capítulos de la Teoría General:“ la eutanasia del rentista y, en consecuencia, la del poder de opresión
acumulativa del capitalista para explotar el valor de escasez del capital. Hoy
el interés no recompensa de ningún sacrificio genuino como tampoco lo hace la
renta de la tierra. El aspecto rentista del capitalismo como una fase
transitoria que desaparecerá tan pronto como haya cumplido su destino y con la
desaparición del aspecto rentista sufrirán un cambio radical otras muchas cosas
que hay en él. …la eutanasia del rentista, del inversor que no tienen ninguna
misión, no será algo repentino, …, y no necesitará de
un movimiento revolucionario”.“las medidas indispensables de socialización pueden introducirse gradualmente sin
necesidad de romper con las tradiciones generales de la sociedad”
El
pensamiento keynesiano era elitista y bajo una retórica atrayente convenció a
muchos de la necesidad del autoritarismo económico y finalmente político como
solución al desempleo y la crisis. Como en un caleidoscopio cada mirada da una
visión diferente.
No!The
economist is not King; quite true. But he
ought to be! He is a better and wiser governor than the general or diplomatist
or the oratorical lawyer.
John Maynard Keynes, The
Reconstruction of Europe: An Introduction, The Manchester Guardian Commercial,
Supplement, May 18, 1922, at 66, 67
La
política económica se ejecuta en el marco de instituciones políticas,
particularmente dentro del orden establecido por una Constitución. Las
decisiones en materia económica sean estas acertadas o fallidas, se basan en
una base teoría. Los pilares de una teoría económica sólida están
necesariamente vinculados a las instituciones políticas de una sociedad, ya que
estas proporcionan el contexto normativo y estructural dentro del cual se
diseña y aplica la política económica.
[1]
Una teoría económica normativa diseñada para un
régimen autoritario puede fracasar por completo dentro de un sistema político
pluralista y participativo. Esta interdependencia esencial entre la
organización política fundamental de una sociedad y la teoría económica que
sustenta sus políticas no ha sido plenamente reconocida por muchos economistas.
Al criticar el modelo económico keynesiano, pueden
adoptarse dos enfoques: el primero examina su estructura teórica interna,
mientras que el segundo considera los supuestos políticos que exige para su
implementación. En esta ocasión, nos enfocaremos en la segunda perspectiva para
analizar si existe compatibilidad entre la economía keynesiana y un sistema
político democrático constitucional.
Esta interrogante ha sido planteada en repetidas
ocasiones en la obra del propio John Maynard Keynes. En el prólogo de la
edición alemana de su obra clásica, La Teoría General del Empleo, el
Interés y el Dinero, Keynes señaló que la reinterpretación del proceso
económico dentro de un modelo normativo dirigido teleológicamente parecía ser
más adecuada para un régimen autoritario que para uno democrático. Esta
observación sugiere que las bases políticas para la aplicación del
keynesianismo pueden entrar en tensión con los principios de una democracia
constitucional, un tema que merece una mayor atención y debate en el análisis
económico contemporáneo.
[2]
Una teoría económica puede ser teóricamente correcta,
pero completamente inaplicable dentro de un estado de derecho. Esta perspectiva
nos permite analizar los efectos de una teoría económica sin adentrarnos en los
debates complejos, y a veces confusos, de la moderna teoría macroeconómica y
monetaria. Esto no implica que la teoría económica para una sociedad
democrática haya sido plenamente desarrollada, pero sí se puede señalar que
existen principios constitucionales ampliamente aceptados que limitan el
desarrollo de dicha teoría. Estos principios no pueden ser ignorados o
subordinados al oportunismo político sin poner en riesgo la estabilidad
institucional.
El modelo keynesiano, como veremos más adelante,
también presenta serios inconvenientes teóricos que no fueron evidentes en el
proceso inicial de su adopción. Sin embargo, si una teoría económica es
incompatible con el sistema constitucional vigente, nos enfrentamos a una
disyuntiva extrema: o bien consideramos dicha teoría como inevitable y
promovemos una revolución constitucional, o buscamos una alternativa económica
que sea compatible con los principios de una sociedad democrática, descartando
aquellas doctrinas que obstaculicen su aplicación.
Es precisamente la complejidad y oscuridad de muchos
modelos económicos lo que dificulta realizar este análisis, que en otras
circunstancias sería relativamente sencillo.
Analizar la aplicación del modelo keynesiano en una
economía democrática es, en esencia, examinar la historia de una revolución
constitucional. Bruce Ackerman ha sostenido que la principal reforma
constitucional en la historia de Estados Unidos fue la serie de fallos de la
Corte Suprema a partir de 1937, legitimadores de la intervención del gobierno
federal en las libertades económicas individuales, lo que él denomina "las
enmiendas ausentes". En Estados Unidos, decisiones judiciales
posteriores en la década de 1970 limitaron el impacto de esas reformas
iniciales. En Argentina, sin embargo, la jurisprudencia ha seguido y
profundizado lo establecido por la Corte norteamericana, pero sin experimentar
una evolución similar que revirtiera o limitara esos efectos.
[3]
Si
bien no existió una revolución keynesiana en la década del ’30 hubo durante ese
período un debate intelectual y político producido por la gran depresión. La
idea que algo debía de hacerse frente a la crisis llevó a los sectores
académicos a buscar una teoría que pudiera dar una respuesta a la crítica
situación existente. En los EE. UU. el debate se centró en Harvard y de allí se
dirigió al resto de los economistas, estuvo ese país asociado a un debate
económico anterior, que era la crítica de la escuela institucional a la escuela
neoclásica. Existió una relación entre el pensamiento de Keynes y el de John R. Commons, el principal economista institucionalista de
la época, según lo acredita la correspondencia entre ellos. En ambos existía
una fuerte crítica al mercado como forma de asignación de recursos. En la
Argentina la aceptación de las ideas keynesianas fue posterior, durante las
décadas del ’40 y ’50 y con gran énfasis en la década del ’60, cuando existe
una consolidación del modelo keynesiano en las facultades de economía del país.
Los
elementos normativos del modelo keynesiano se encuentran particularmente en los
dos últimos capítulos de la Teoría General, el 23: Notas sobre el
mercantilismo, las leyes sobre la usura, el dinero sellado y las teorías del
subconsumo; y el 24: Notas finales sobre la filosofía
social a que podría conducir la Teoría General. Ambos son elocuentes en
establecer un programa de gobierno, el primero de los mencionados porque elogia
al mercantilismo y al proteccionismo económico, el segundo porque estableció la
notoria ‘eutanasia del rentista’. Es particularmente en el análisis de los
efectos institucionales de estas teorías normativas que dedicaremos esta tesis.
El
modelo keynesiano tiene efectos no siempre previsibles a primera vista, da la
justificación para el aumento del gasto público y para el aumento de la deuda.
Permite a los políticos y funcionarios el jugar a Dios, regulando los aspectos
más variados de la vida de los habitantes. Al mismo tiempo de los grandes
recursos que transfiere al gobierno y a sus sectores amigos, permite una gran
concentración del poder en la rama ejecutiva del gobierno. Al mismo tiempo la
aplicación de algunos preceptos keynesianos puede, en una sociedad democrática,
imponer a los políticos tomar decisiones que reducirían sus posibilidades de
supervivencia. Por lo tanto, es previsible que las instituciones keynesianas
produzcan respuestas políticas contrarias a las esperadas en su versión
idealizada con ausencia de una retroalimentación de una sociedad democrática.
Intentaremos
un análisis institucional del keynesianismo. En el sentido que las
instituciones, como las ideas, tiene consecuencias que no son evidentes en
momento de su establecimiento. Esto supone un reconocimiento de las escuelas de
economía neo institucional, austriaca y del Public Choice.
John
Maynard Keynes vivió entre 1883 y 1946, los economistas de su generación tenían
la ventaja de tener una gran formación filosófica y también de tener algún
conocimiento histórico.
[4]
Esto les dio una ventaja
importante desde la cual analizar la metodología de la economía y al mismo
tiempo intentaron aplicar criterios éticos a los objetivos, motivos y
resultados de los sistemas económicos. En la actualidad cuando el sistema de
economía de mercado está fuertemente instalado no parece fácilmente
comprensible las dificultades económicas que se plantearon en la primera mitad
del siglo XX y los debates que existieron entre sostenedores del socialismo,
sostenedores de la economía de mercado, historicistas y también quienes
buscaron soluciones para el intento de resolver la crisis económica
contemporánea.
La
economía de Keynes era consecuencia de sus valoraciones eticas y le parecía correcto y aún inevitable que esto fuera así. Según le comentara a
su futuro biógrafo Sir Roy Harrod en ‘Economics, is essentially a moral science and not a
natural science. That is
to say, it employs introspection and judgments of value’. Esto
supone reconocer que la metodología económica de Keynes era fundamentalmente
oportunista, ya que utilizaba la antigua distinción de ciencias de la
naturaleza y ciencias del espíritu para justificar el cambio de la teoría
económica ante los avatares de las circunstancias políticas del momento. No
dice que los economistas tuvieran valores, lo cual hubiera sido una obviedad,
sino que la economía era, o al menos debía ser, parte de un discurso moral.
Según le escribiera al Arzobispo Temple ‘along the lines of origin at least, economics -more properly called political economy -is a side of ethics’ De esta manera para Keynes el abandono del sistema capitalista y
reemplazarlo por uno de política regulada era un imperativo moral. En
particular estaba interesado en cambiar la psicología y deberes de los
empresarios y terminar con lo que llamaba la clase ‘rentista’.
Las
críticas al libre comercio utilizando un discurso ético son muy antiguas
inclusive con alguna tradición medieval. Pero con la revolución industrial en los siglos XVIII y XIX se inició
una leyenda negra que solo la historiografía contemporánea ha logrado en gran
medida disipar. Los críticos de la
economía política, según la expresión de la época se concentraron en tres
puntos:
1.
la relación entre el
bienestar económico y el bienestar ético,
2.
el valor moral de la
obtención de ganancias como incentivo para la acción humana, y
3.
la relación entre la
eficiencia para aumentar los ingresos y la justa retribución de la riqueza
creada.
Este
último punto ha sido la base de la crítica social demócrata al sistema de
economía de mercado.
Es
en esta tradición que surge el pensamiento ético de Keynes. En la idea que el
capitalismo creaba riqueza pero que no lograba aumentar el nivel general de
ingresos. Idea de concentración del capital que se encontraba dentro de la
mitología marxista de la época. Sin duda Keynes consideraba que el estado tenía
el deber de limitar la extensión de la economía de mercado, interviniendo en su
sistema de recompensas para cumplir fines que no eran económicos. Era discípulo
en esto de Carlyle, John Ruskin y Mathew Arnold. Fue Carlyle precisamente que
definiría a la economía como una ‘ciencia sombría’ (dismal science) como si la existencia de una ciencia de
la escasez fuera culpable de la escasez.
El
modelo de Keynes presenta una función de consumo estable, dependiente del
ingreso disponible, con una propensión marginal al consumo menor que uno. Al
mismo tiempo, plantea una eficiencia marginal del capital inestable, con
rendimientos decrecientes y expectativas contradictorias entre productores e
inversores, lo que inhibe la inversión incluso cuando las tasas de interés
tienden a la baja. El desempleo involuntario, debido a la insuficiencia de
demanda efectiva, persiste porque los mecanismos automáticos del mercado
resultan ineficientes para corregir el desequilibrio. En definitiva, Keynes
observa que, a largo plazo, la tasa de interés no desciende lo suficiente como
para recuperar los niveles de inversión y empleo. Su diagnóstico del
capitalismo lo ve como un sistema inherentemente inestable, que genera
desempleo persistente.
La
utopía keynesiana puede entenderse como la aspiración a una economía inspirada
en la "ciudad económica" aristotélica, con servidores dedicados a la
buena administración doméstica y desprovista de especuladores. Su visión se
asemejaba al sueño platónico de una polis industriosa, gobernada por
aristócratas virtuosos y visionarios del bien común. Ante las crisis
económicas, como la Gran Depresión, que según Keynes revelaban la mezquindad
inherente del ser humano en circunstancias adversas, su respuesta fue la
búsqueda de reglas autoritarias que pudieran superar la incertidumbre y
garantizar un orden económico más estable y predecible.
“The
evils of capitalism could be gradually and effectively eliminated by the
process of evaporation of the rate of interest. In pioneering times, capital is
scarce and highly productive so that it will earn large rates. As
capitalization approaches completion, its productivity approaches to zero. The
ownership of capital ceases to confer wealth and power and inequality of
income, and the entrepreneur’s motive of business as a game of skill, already
evident as notable one, would stand out as the governing one. The tendency for
this to occur is offset by the presence of convention as to interest and
saving".
“More
often individually acting separately to promote their own ends are too ignorant
or too weak to attain even these”.
La
preocupación por el desempleo masivo en la época de Keynes implicaba el
reconocimiento de que dicho fenómeno contenía la semilla de un conflicto social
latente, capaz de desencadenar una ebullición política, social e institucional.
Los graves problemas sociales, junto con el ascenso del comunismo y el
fascismo, pusieron a prueba la capacidad de las sociedades democráticas para
generar consensos y mantener la estabilidad. La experiencia del regreso al
patrón oro y el resurgimiento del nacionalismo en Europa llevaron a Keynes a
formular un conjunto de ideas prioritarias, tanto éticas como políticas.
La
exposición de estas ideas ético y políticas es clave para comprender la teoría
económica de Keynes. En su obra, la defensa y proyección teórica de dichos principios
es anterior a la construcción de su modelo económico. En lugar de ser una
propuesta puramente económica, su teoría puede entenderse como un programa de
reforma política y social. Este enfoque sugiere que, para Keynes, la
transformación de las instituciones y el orden político era un prerrequisito
para la estabilidad económica.
Probablemente
Keynes se observara a sí mismo como un héroe Byroniano, es decir del
aristócrata rebelde. Este mito de fuerte raigambre británica lleva a una
rebeldía que toma formas de autoafirmación titánica y algo de satanismo, tal
como aparece en la definición que da Bertrand Russell.
[5]
Si bien no era un
aristócrata ya que en la sociedad británica de principios del siglo XX las
clases sociales estaban claramente determinadas, y pertenecía a la ‘solid middle class’, se consideraba
parte de la aristocracia del intelecto. Su pertenencia al grupo de Bloomsbury le daba un carácter suavemente satánico. La
elocuencia de los últimos capítulos de la Teoría General, en contra de la
‘clase rentista’ toman un contenido byroniano, que es fuertemente
anticapitalista y fue claramente interpretado como tal.
La
evolución de las ideas liberales de Keynes se manifiesta en continuidad y en
ruptura con ciertas creencias y presupuestos doctrinarios del liberalismo,
aunque se declarase a sí mismo como liberal. Keynes demuestra en su
colaboración política con Lloyd George que sus ideas liberales no eran
ortodoxas, sino que pertenecía al liberalismo político de la época. La esencia
de su liberalismo estaría en adecuarse a las circunstancias cambiantes,
adaptando su programa a las circunstancias políticas británicas, cuando intentó
iniciar una carrera política, que el derrumbe de Lloyd George impidió. Keynes
se sentía representativo de la categoría de liberal real, por presumir haber
encontrado la respuesta al problema que afligía al capitalismo. La amenaza de
la crisis económica obligaría a algunas reconsideraciones en las "old theories",
imponiendo una reflexión sobre las tareas del gobierno y la actividad del
Estado.
“Whilst, therefore, the enlargement of the functions
of government, involved in the task of adjusting to one another the propensity
to consume and the inducement to invest, would seem to a nineteenth-century
publicist or to a contemporary American financier to be a terrific encroachment
on individualism, I defend it, on the contrary, both as the only practicable
means of avoiding the destruction of the existing economic forms in their
entirety and as the condition of the successful functioning of individual
initiative”.
[6]
La
visión liberal política de Keynes, pone énfasis en la necesidad de una
`política interventora’. En 1944, escribe a Hayek discutiendo el lugar donde
debería establecerse la agenda y la No Agenda del Estado, como debería ser
establecida la relación Estado-individuo, como deberían ser garantizados los
derechos y deberes del ciudadano. Keynes se distancia de Hayek por su visión de
la imposibilidad de la planificación estatal eficaz:
“The line of argument you yourself take depends on the
very doubtful assumption that planning is not more efficient. Quite likely from
the purely economic point of view it is efficient. That is why I say that even
if the extreme planners can claim their technique to be the more efficient,
nevertheless technical advancement even in a less planned community is so considerable
that we do not today require the superfluous sacrifice of liberties which they
themselves would admit to have some value. I come finally to what is really my
only serious criticism of the book. You admit here and there that is a question
of knowing where to draw the line. You agree that the line has to be drawn
somewhere, and the logical extreme is not possible. But you give us no guidance
whatever as to where to draw it. In a sense this is shirking the practical
issues”.
“(...) it is not true that individuals poses a
prescriptive `natural liberty` in their economic activities...The world is not
governed from above that private and social interest always coincide. It is not
so managed here below that in practice they coincide. It is not a correct
deduction from principles of economics that enlightened self-interest always
operates in public interest. Nor is true that self-interest is generally
enlightened; Experience does show that individuals, when they make up social
unit, are always less clear-sighted than when they act separately”.
En su conferencia The End of Laissez Faire, pronunciada en Oxford el 6
de noviembre de 1924, John Maynard Keynes abordó la necesidad de replantear el
papel del Estado en la economía, particularmente en tiempos de incertidumbre.
En esta primera fase de su pensamiento, Keynes argumenta que la intervención
del Estado es esencial para reducir la incertidumbre sobre el futuro y elevar
el nivel de confianza en los cálculos económicos de los empresarios. El
propósito último de dicha intervención es mejorar la información disponible y,
en consecuencia, promover decisiones más racionales en la inversión privada.
Keynes sostiene que el papel del Estado no es
reemplazar la iniciativa privada, sino complementar y mejorar su funcionamiento
al aumentar la previsibilidad y confiabilidad del entorno económico. En este
sentido, el Estado debe actuar para regular la inversión a través de cuerpos
paraestatales, con el fin de eliminar el desempleo y evitar la formación de
expectativas económicas decepcionantes. Para Keynes, un entorno económico en el
que prevalece la incertidumbre mina la confianza de los empresarios y puede
paralizar la inversión, lo que a su vez genera inestabilidad económica y
desempleo. Así, la intervención estatal debe orientarse a crear un marco de
mayor certidumbre que facilite la toma de decisiones más racionales y promueva
la estabilidad económica.
En esta conferencia, Keynes también introduce una
distinción importante, basada en las ideas de Jeremy Bentham, entre las
funciones que el gobierno debe desempeñar (Agenda) y aquellas en las que debe
abstenerse de intervenir (No-Agenda). Esta separación entre lo que corresponde
al ámbito gubernamental y lo que debe dejarse al sector privado es clave en el
pensamiento keynesiano. La tarea política, según Keynes, es imaginar y crear
las formas de gobierno que, dentro del marco de una democracia, permitan
realizar eficazmente la Agenda sin sofocar la iniciativa individual ni generar
ineficiencias innecesarias.
“But, above all, individualism, if it can be purged
of its defects and its abuses is the best safeguard of personal liberty in the
sense that, compared with any other system, it greatly widens the field for
the exercise of personal choice, and the loss of which is the greatest of all
loses of the homogeneous or totalitarian state. For this variety preserves the
traditions which embody the most secure and successful choices of former
generations; it colours the present with the diversification of its fancy; and,
being the handmaid of experiment as well as of tradition and of fancy, it is
the most powerful instrument to better the future”.
Hayek señalaría que estas aspiraciones estarían
teñidas por una arrogancia fatal de economistas y funcionarios que se
consideran aptos para cumplir esta tarea de ingeniería social. Para él, los
intentos de ingeniería social, en los que el Estado pretendía regular la
economía para alcanzar fines éticos o culturales, no solo eran imposibles de
lograr, sino peligrosos.
Hayek sostenía que la economía era un sistema
demasiado complejo, con una red infinita de interacciones y conocimiento
disperso entre millones de individuos, como para ser controlada por un grupo
reducido de funcionarios. Cualquier intento de planificarla, según él,
conduciría inevitablemente a errores catastróficos, al ignorar la sabiduría
acumulada en el orden espontáneo del mercado. En este sentido, Hayek veía en la
visión keynesiana una peligrosa sobreestimación de la capacidad del Estado para
manipular y dirigir la economía hacia objetivos idealistas, y advertía que este
enfoque podría generar efectos contraproducentes, como la pérdida de libertades
individuales y el deterioro de la eficiencia económica.
Para Keynes la Agenda del Estado debe incorporar
aquellas actividades que los individuos no realizan, aquellas decisiones que
nadie adopta si el Estado no actúa, propone por eso la creación de cuerpos semi-autónomos entre el Estado y los individuos cuyo
criterio de acción sea el bien público, excluyendo las ventajas personales como
motivo de acción. Esos cuerpos autónomos en el interior del Estado deben estar
sujetos al control del Parlamento. Entre estos cuerpos, Keynes incluye el Banco
de Inglaterra, la Administración de los Puertos, y probablemente las compañías
ferroviarias. Keynes propone separar los servicios que son técnicamente
sociales de los que son técnicamente individuales.
[7]
“(...) one of the finest problems in legislation,
namely to determinate what the State ought to take upon itself to direct....,
and what it ought to leave, with as little interference as possible, to
individual exertion”.
Años después de que John Maynard Keynes pronunciara The End of Laissez Faire, la teoría de la elección
pública (public choice)
emergería para cuestionar la idea de que los funcionarios públicos puedan
actuar en representación del interés general. Esta corriente teórica, basada en
los principios de la economía política y el análisis del comportamiento
individual en contextos gubernamentales, demostraría que los políticos y
burócratas, al igual que los agentes privados, suelen perseguir sus propios
intereses, lo que limita su capacidad para actuar objetivamente en beneficio de
la sociedad en su conjunto. En este sentido, la elección pública desacredita
las visiones idealizadas de la intervención estatal, sugiriendo que los
gobiernos no están exentos de las distorsiones y fallos que también afectan al
mercado.
Sin embargo, Keynes mantenía una visión diferente y,
en muchos aspectos, utópica sobre el papel del Estado y el futuro de la
sociedad. Para él, la intervención estatal debía orientarse hacia un objetivo
último: el aumento del bien intrínseco. Este bien intrínseco no se limitaba a
la maximización de la riqueza o la eficiencia económica, sino que se extendía a
la construcción de una sociedad racionalmente ética, donde tanto la política
como la economía servían como medios para alcanzar un fin más elevado. En la
utopía keynesiana, el progreso no se mediría exclusivamente en términos
materiales, sino por la capacidad de la sociedad para promover valores
culturales, estéticos y éticos.
Aunque Keynes nunca escribió una Utopía
su ideal de sociedad se plasmaba en una visión donde la belleza, el amor y el
arte florecieran en múltiples formas. Para él, la prosperidad económica era
solo un medio para lograr un fin cultural y moral más amplio. En esa sociedad
ideal, la pintura, la escultura, la música y todas las artes debían prosperar,
y las naciones deberían vivir en paz y cooperación. La ambición keynesiana no
era simplemente económica, sino profundamente humanista; su objetivo era una
sociedad donde las personas pudieran realizarse plenamente en términos
espirituales y estéticos.
Un aspecto crucial de esta visión era la eliminación
del papel del dinero como medio de atesoramiento. Keynes consideraba que la
acumulación de riqueza por el simple deseo de retenerla fomentaba los animal spirits de los individuos, transformándolos
en especuladores que contribuían a la inestabilidad económica. Para Keynes, una
sociedad verdaderamente racional y ética debía superar este impulso
especulativo, promoviendo en su lugar una economía orientada hacia la
producción y el disfrute de bienes y servicios que realmente mejoraran la
calidad de vida.
En definitiva, aunque Keynes no describió formalmente
una utopía, su pensamiento económico y político estaba impregnado de un
idealismo que veía en la intervención estatal una vía para mejorar no solo las
condiciones materiales de la humanidad, sino también su bienestar cultural y
moral. Su visión contrasta con la crítica posterior de la teoría de la elección
pública, que subraya las limitaciones prácticas de este enfoque idealista.
“At any rate to me it seem clearer every day that the
moral problem of our age is concerned with the love of money, with the habitual
appeal to the money motive in nine-tenths of the activities of life, with the universal striving after individual
economic security as the prime object endeavour, with
the social approbation of money as the measure of constructive success, and
with the social appeal to the hoarding instinct as the foundation of the
necessity provision for the family and for the future”.
Determinados valores serían tolerados apenas como un
medio para atingir el bien:
“Avarice and usury and precaution must be our gods for
a little longer still. For only they can lead us out of the tunnel of economic
necessity into daylight”.
¿Por qué la transformación de la sociedad supone una
reforma de las conductas de los individuos en la sociedad?:
“I think with dread of the readjustment of the habits
and instincts of the ordinary man, bred into him for countless generations,
which he may be asked to discard within a few decades…must we not expect a
general `nervous breakdown`.. there is no country and
no people, I think, who can look forward to the age of leisure and abundance
without a dread. For we have been trained too long to strive and not to enjoy”.
[8]
Aunque para esto fuese necesario que el “bien común”,
tuviese sus deberes bien definidos. Nada de esto resultaría al acaso ya que la
teoría y la práctica económica se reservaría un papel, consciente de que el
problema económico era el instrumento para objetivos superiores de la
civilización humana. En el prefacio al `Essay
in Persuasion’ Keynes escribió:
“(...) the day is not far off when the economic
problem will take the back seat where it belongs, and that the arena of heart
and head will be occupied, or reoccupied, by our real problems-the problems of
life and of human relations, of creation and behaviour and religion”.
Hayek muestra mayores dudas sobre el conocimiento
económico de Keynes, nos dice que: Keynes no era un
economista teórico de alta formación o muy sofisticado. Partió de un
conocimiento elemental de la economía marshalliana y
los avances de Walras y Pareto, de los austriacos y de los suecos eran en gran
medida un libro cerrado para él. Tengo razones para dudar de si alguna vez
comprendió la teoría del comercio internacional. No creo que jamás haya pensado
sistemáticamente sobre la teoría del capital e incluso en lo que se refiere a
la teoría del dinero, su punto de partida, y más tarde objeto de crítica,
parece haber sido una versión muy simple de la ecuación de intercambio de la
teoría cuantitativa más que el punto de vista, mucho más refinado, de los
saldos de tesorería de Alfred Marshall.
[9]
La
Teoría General fue inmediatamente publicada en Alemania, en el Prólogo a la
edición alemana Keynes señala que su teoría es mejor aplicada bajo el
totalitarismo. Esta declaración señala mucho en cuanto a la visión del Estado y
de los límites de la actividad privada que tenía Keynes y da a sus ideas un
tono autoritario.
The theory of aggregated production, which is the
point of the following book, nevertheless can be much easier adapted to the
conditions of a totalitarian state [eines totalen Staates] than the theory
of production and distribution of a given production put forth under conditions
of free competition and a large degree of laissez-faire. This is one of the
reasons that justifies the fact that I call my theory a general theory. Since
it is based on fewer hypotheses than the orthodox theory, it can accommodate
itself all the easier to a wider field of varying conditions. Although I have,
after all, worked it out with a view to the conditions prevailing in the
Anglo-Saxon countries where a large degree of laissez-faire still prevails,
nevertheless it remains applicable to situations in which state management is
more pronounced. For the theory of psychological laws which bring consumption
and saving into relationship with each other, the influence of loan expenditures
on prices, and real wages, the role played by the rate of interest – all these
basic ideas also remain under such conditions necessary parts of our plan of
thought.
John Maynard Keynes no era un demócrata en el sentido
moderno del término. Aunque vivía en una época donde la democracia
representativa ganaba terreno, su visión política se alejaba de esa tendencia.
Keynes creía que una élite esclarecida, educada en las prestigiosas
universidades de Oxford y Cambridge —a la que él mismo pertenecía—, debía
asumir la responsabilidad de gobernar en beneficio de los demás sectores de la
sociedad. Esta forma de despotismo ilustrado es esbozada
claramente en su ensayo Las perspectivas económicas de nuestros nietos,
[10]
donde
plantea que la sabiduría de unos pocos podría guiar el bienestar futuro de la
humanidad, liberando a la mayoría de las preocupaciones económicas diarias.
No son sus principales obras técnicas las que revelan
los valores profundos de Keynes. De hecho, muchas veces los aspectos
intelectuales de su obra ocultan las intenciones más profundas, y a veces no
reconocidas, que motivaban al economista. A pesar de la complejidad teórica
de La Teoría General, es en sus escritos más personales, como sus
conferencias, cartas y ensayos, donde se puede entrever mejor su verdadera
personalidad e intenciones.
Un aspecto que emerge claramente en estos textos es su
aversión hacia ciertos grupos económicos. Keynes despreciaba profundamente a
los "rentiers" —aquellos que vivían
de rentas— y también tenía una actitud crítica hacia los "money makers" —los
creadores de riqueza. Esta antipatía no derivaba únicamente de un análisis
económico, sino de un rencor más profundo hacia la sociedad tradicional
británica. Aquellos que tenían capital ahorrado y vivían del interés eran, para
él, vestigios de un sistema que obstaculizaba el progreso y la justicia social.
Este sentimiento era tan fuerte que le impedía reconocer plenamente las
consecuencias que sus teorías podrían tener sobre los ahorros de la clase
media, un sector que también despreciaba en cierto grado, y particularmente
sobre el estado de derecho. Las políticas inflacionarias y las tasas de interés
bajas que proponía, orientadas a disminuir las rentas del capital, afectaban
directamente a quienes dependían de sus ahorros para el futuro.
En su ensayo Las posibilidades económicas de
nuestros nietos (1930), Keynes expresa sus opiniones con una franqueza
poco común en sus otros escritos. Allí vislumbra un futuro donde el progreso
económico permita a las futuras generaciones trabajar mucho menos y disfrutar
de una vida más plena, liberada de las cargas del trabajo excesivo y de las
preocupaciones financieras. Sin embargo, lo que subyace en este optimismo es
una crítica implícita a la estructura social y económica de su tiempo, en la
que los rentistas y capitalistas mantenían el control de la riqueza y el poder.
Este rencor hacia las clases tradicionales británicas
y su confianza en que una élite intelectual debía guiar a la sociedad revelan
aspectos de Keynes que van más allá de su análisis puramente económico.
Hace
un análisis breve sobre los cambios tecnológicos ocurridos en el pasado y
anuncia que vendrán otros en el futuro. ‘Tenemos evidencia que los cambios
técnicos revolucionarios que han afectado a la industria pueden en poco tiempo
atacar a la agricultura.’ (p. 364) ‘En pocos años, quiero decir en nuestras
vidas, podremos realizar todas las operaciones, de agricultura, minería y
manufactura con una cuarta parte del esfuerzo humano al que estamos
acostumbrados’. A diferencia de lo que pensamos en la actualidad Keynes no
imaginaba esto como algo positivo. ‘estamos siendo atacados por una nueva
enfermedad de la cual muchos lectores aun no conocen el nombre, pero de la que
escucharán mucho en los años por venir, el desempleo tecnológico. Esto
significa el desempleo causado por nuestro descubrimiento de medios para
economizar la utilización de mano de obra, que supera el ritmo en que podemos
encontrar nuevas utilizaciones para la mano de obra. Termina el capítulo
con una imagen más positiva porque aclara que el fenómeno es temporario. Dice
que la humanidad está resolviendo su problema económico, no dice entonces como,
la respuesta vendrá en la Teoría General seis años después.
En
el segundo capítulo dice que las necesidades humanas aparecen como insaciables,
pero que caen en dos categorías: ‘aquellas necesidades que son absolutas en
el sentido que las sentimos independientemente de la situación en que se
encuentren nuestros semejantes, y aquellas que son relativas en el sentido que
las sentimos solo si su satisfacción nos pone por encima y nos hace sentir
superiores, a nuestros semejantes. Las necesidades de la segunda clase,
aquellas que satisfacen el deseo por la superioridad, pueden ser realmente
insaciables; porque cuanto más alto sea el nivel general, más altas serán
aquellas. Keynes no indica qué las
diferencia. Porque todas las preferencias humanas tienen motivos
distintos y salvo cuestiones de pura supervivencia, todas las otras pueden
entrar en la segunda categoría. Es un argumento encubierto a favor del
igualitarismo más absoluto, ya que todo deseo de superación personal, ya sea
financiero, cultural, intelectual o ético, sería considerado como una forma de
imaginarse superior a los demás.
Insiste
luego Keynes en la idea que el problema económico puede ser resuelto en los
próximos cien años, es decir, que el problema económico no es ‘el problema
permanente de la raza humana, si el problema económico se resuelve se privará a
la humanidad de su objetivo tradicional’ Dice que en esas circunstancias
nos encontraremos como las señoras de los norteamericanos ricos sin saber qué
hacer con su tiempo. No define claramente Keynes a lo que se refiera con ‘el
problema económico’. En algún momento del artículo lo asocia con la lucha por
la subsistencia, pero sin definir está última ya que la expresión subsistencia
varía en su extensión a través del tiempo y de las preferencias de la sociedad.
Hay
en el artículo un notorio desprecio hacia los creadores de riqueza. ‘Los
agotadores e intensos (money makers)
podrán llevarnos a todos con ellos hacia la abundancia económica. Pero serán
aquellos pueblos que puedan mantener vivos y llevar a una plena perfección, el
arte de vivir sin venderse para obtener medios de vida, los que serán capaces
de gozar de la abundancia cuando ésta llegue.’ Señala que ‘cuando la
acumulación de riquezas no sea de gran importancia social, existirán grandes
cambios en el código ético. Podremos liberarnos de muchos de los principios
pseudo morales que nos han endemoniado
[11]
por doscientos años, por los cuales hemos exaltado algunas cualidades humanas
desagradables exaltándolas como las más altas virtudes. Debemos ser capaces de
valorar la motivación del dinero en su verdadero valor. El valor del dinero
como una posesión debe ser reconocido por lo que es, una morbosidad algo
desagradable, una de las propensiones semi criminales, semi patológicas a las
que enviamos con un escalofrío al especialista de enfermedades mentales. Nos liberaremos y descartaremos de todo tipo de costumbres sociales y prácticas
económicas, que afectan la distribución de la riqueza y las recompensas y
castigos económicos, que ahora mantenemos a toda costa, a pesar que sean
desagradables e injustas, porque son tremendamente útiles en promover la
acumulación de capital.’ Continúa con un antisemitismo críptico. ‘Probablemente
no sea un accidente que la raza que ha hecho más para traer la promesa de la
inmortalidad al corazón y esencia de nuestras religiones haya también hecho lo
máximo para el principio del interés compuesto y particularmente ame esta
institución humana tan intensa. Keynes recrea en estas palabras la fábula
del prestamista avaro y judío, que se difundían en forma perversa en Europa en
esa época.
‘Creo
que estaremos libres, por lo tanto, para volver a los más seguros y ciertos
principios de la religión y de la virtud tradicional, que la avaricia es un
vicio, que la exacción de usura es una ofensa y que el amor del dinero es
detestable, que aquellos que transitan íntegros la senda de la virtud y la sana
sabiduría son los que piensan menos en el futuro. Podremos nuevamente valorar
los fines más que los medios y preferir lo bueno a lo útil. Aclara luego que el
tiempo para ello todavía no ha llegado pero que para llegar a él se debían
hacer cuatro cosas: nuestro poder para controlar la población, nuestra
determinación para evitar guerras y disensos civiles, nuestra voluntad de
confiar a la ciencia la dirección de aquellas cuestiones que son propiamente el
objeto de la ciencia, y que la tasa de acumulación ser fijada por el margen
entre nuestra producción y nuestro consumo.
[12]
Toda esta serie de generalizaciones vacían apunta al último punto que es que la
tasa de interés subsidie la producción y el consumo. Que desaparezcan los
ahorristas que son la personificación moderna de la avaricia bíblica. El deseo
de justificar esta transferencia de recursos de ahorristas a empresarios, que
algo ingenuamente describe en este artículo, sería el fundamento de la Teoría
General seis años más tarde.
El
4 de febrero de 1936 John Maynard Keynes publicó su famoso tratado La Teoría
General del Empleo, el Interés y el Dinero, su influencia en el pensamiento
económico fue inmensa y sorprendente. De la misma manera que su impacto en la
política económica e institucional en los 60 años siguientes. Su influencia se
extendió a los manuales de estudio habitual de los economistas en gran medida
por la obra de Paul Samuelson, profesor del MIT y premio Nobel de Economía en
1970. Fue precisamente Samuelson quien al referirse a la contribución de Keynes
dijo:
“Es prácticamente imposible
para los estudiantes contemporáneos darse plena cuenta que correctamente ha
sido llamado la ‘Revolución Keynesiana’ para aquellos de nosotros que hemos
sido educados en la tradición ortodoxa. Haber nacido como un economista después
de 1936 fue una bendición, si, pero no haber nacido demasiado antes de esa
fecha. La Teoría General tomó a la mayoría de los economistas bajo la edad de
35 años con la virulencia inesperada de una enfermedad que primero ataca y
luego diezma a una tribu aislada de isleños de los mares del sur. Los
economistas con más de cincuenta años eran inmunes a esta enfermedad. Con el
tiempo la mayoría de los economistas de edad intermedia tuvieron esta fiebre,
muchas veces sin saberlo o sin reconocer su condición. Esta impresión fue
confirmada por la rapidez con que los economistas ingleses, además de los de
Cambridge aceptaron el nuevo evangelio y, más sorprendentemente aún, las
jóvenes espadas de la Escuela de Economía de Londres abandonaron sus vestiduras Hayekianas y se lanzaron al agua. En los Estados
Unidos ocurrió la misma historia. Finalmente, y probablemente lo más importante
desde el punto de vista del largo plazo, el análisis keynesiano comenzó a
filtrarse a los libros de texto y, como todo el mundo sabe, una vez que una
idea se introduce en ellos, por muy mala que sea, se transforma prácticamente
en inmortal.”
[13]
Aún
hoy luego de la crisis y abandono del análisis tradicional keynesiano por la
mayoría de los economistas, el marco de análisis Keynesiano todavía influye en
la mayoría de los libros de texto de macroeconomía demostrando el argumento de
Samuelson que por muy mala que sea una teoría puede transformarse en inmortal.
Mayor aún es la influencia de las ideas keynesianas en la política económica, a
pesar de sus efectos deletéreos, particularmente en la destrucción de las
instituciones democráticas y constitucionales.
La
esencia de la teoría de Keynes es la de demostrar que la economía de mercado,
cuando es dejada por sí misma, no posee un mecanismo de auto corrección que
regrese al ‘pleno empleo’ luego que el sistema económica hubiera caído en una
depresión. Esta visión parte de la base que ha demostrado que la Ley de Say es errónea. Su expositor fue el economista francés Jean Baptiste Say que expresó la
idea que los individuos deben producir para poder consumir. En la versión dada
por David Ricardo podemos decir que al producir una persona se transforma o en
el consumidor de sus propios productos o el comprador y consumidor de los
bienes de alguna otra persona. La producción es siempre adquirida por la
producción o por los servicios, el dinero es solamente el medio por el cual el
intercambio es efectuado.
Keynes
sostiene que no existe certeza que quienes han vendido bienes o su trabajo en
el mercado necesariamente gasten la totalidad de los ingresos que hayan
obtenido en los bienes y servicios ofrecidos por otros. Por lo tanto, los
gastos totales en bienes pueden ser menos del ingreso total obtenido
previamente en la producción de esos bienes. Esto a su vez significa que los
ingresos totales obtenidos por las empresas que venden bienes en el mercado
pueden ser menores que los gastos incurridos en traer esos bienes al mercado.
Si los ingresos totales de las ventas son menores que los gastos totales de las
empresas, los empresarios no tienen otro recurso que reducir la producción y el
número de trabajadores que emplean, para de esta manera, minimizar las pérdidas
de este período de malos negocios.
Keynes
sostiene que esto intensifica el problema del desempleo y la caída del
producto. A medida que los trabajadores son despedidos, sus ingresos
necesariamente se reducen, con menos ingreso para gastar, los desempleados
limitan sus consumos. Esto resulta en una caída adicional de la demanda de
bienes y servicios en el mercado, lo que amplia el círculo
de empresas que ven sus ingresos por ventas declinar en relación con sus costos
de producción. Esto, a su vez, inicia una nueva serie de cortes en la
producción y en el empleo iniciando una contracción cumulativa de la producción
y del empleo.
En
estas circunstancias, ¿por qué no aceptan los trabajadores una reducción de sus
ingresos dinerarios lo que los haría nuevamente atractivos frente a empleadores
que los emplearían nuevamente? Porque, según Keynes, los trabajadores sufren de
una ‘ilusión monetaria’. Si los precios de los bienes y servicios declinan
debido a la caída de la demanda de los consumidores en el mercado, entonces los
trabajadores podrían aceptar salarios más bajos y no estarían en condiciones
inferiores en términos de compra, si la caída de sus ingresos monetarios fuera
en promedio no mayor que la caída del nivel promedio de los precios. Pero,
sostiene Keynes, los trabajadores piensan generalmente en términos de sus
ingresos monetarios y no en término de sus ingresos reales, es decir en lo que
sus ingresos monetarios representan en el poder de compra real en el mercado.
Por lo tanto los trabajadores preferirían el desempleo antes que una caída en
sus ingresos monetarios.
Si
los consumidores demandan menos bienes y servicios finales en el mercado, esto
necesariamente significa que están ahorrando más. ¿Por qué su ingreso no
consumido no podría ser gastado en crear empleo y en la compra de bienes a
través de una inversión mayor, ya que los ahorristas tienen más recursos para
prestar a quienes lo soliciten a una tasa de interés menor?
La
respuesta de Keynes es insistir en que los motivos de los ahorristas y los de
los inversores no son los mismos. El ahorrista decide no consumir una parte de
sus ingresos para poder prestarlos por el pago de un interés. Pero no hay
certeza, insiste, que los empresarios estén dispuestos a pedir prestados esos
ahorros y utilizarlos para emplear trabajadores y producir bienes que venderían
en el futuro. Como el futuro es incierto y puede ser totalmente diferente de
los que es hoy, Keynes sostiene que los empresarios pueden caer olas de
optimismo o pesimismo que suben y bajan su interés de endeudarse e invertir.
Una caída en la demanda de consumir hoy puede estar motivada por un deseo por
parte de los consumidores de aumentar su consumo en el futuro basado en sus
ahorros. Pero los empresarios no pueden saber cuándo los consumidores quieren
aumentar sus consumos basados en sus ahorros en el futuro, o que bienes
particulares estarán en una mayor demanda cuando llegue ese día futuro. Como
resultado, la caída en la demanda de los consumidores por la producción actual
solamente sirve para disminuir los incentivos de los empresarios para invertir.
Si
por alguna razón hubiera una ola de pesimismo en los empresarios resultante en
una disminución en la demanda de préstamos tendría lugar una caída de la tasa
de interés. Esa caída en la tasa de interés debida a una caída en la demanda de
inversiones haría al ahorra menos atractivo, ya que hay una disminución de
ingresos provenientes de los ahorros. Por lo tanto, los gastos de los
consumidores aumentarán a medida que los ahorros disminuyen. De esta manera a
medida que el gasto en inversiones tiende a disminuir, aumenta el gasto en
consumo lo que cubriría la diferencia para asegurar una demanda amplia de los
recursos y empleo de la sociedad.
Pero
Keynes no permite que eso ocurra por lo que llama la ‘ley psicológica
fundamental’ de la ‘propensión a consumir’. A medida que el ingreso aumenta, el
gasto en consumo también tienen a aumentar, pero menos que el aumento en el
ingreso. Con el tiempo, a medida que el ingreso de una sociedad aumenta, un
porcentaje más amplio es ahorrado antes que consumido.
En
la Teoría General, Keynes enumera una variedad de los llamados factores
‘objetivos’ y ‘subjetivos’ que influyen en las decisiones de las personas sobre
el consumo. Entre los ‘objetivos’ pueden ser una ganancia inesperada, un cambio
en la tasa de interés, un cambio en las expectativas sobre los ingresos
futuros. Entre los ‘subjetivos’ figuran el disfrute, la falta de visión, la
generosidad, los cálculos equivocados, el deseo de ostentación y la
extravagancia.
Señala
simplemente que los factores ‘objetivos’ tienen poca influencia en las
decisiones sobre cuanto se debe consumir teniendo en cuenta un ingreso
determinado, incluyendo el cambio en la tasa de interés. Al mismo tiempo señala
que los factores ‘subjetivos’ son fundamentalmente invariantes, ya que son
hábitos formados por la raza, la educación, las convenciones, la religión y la
moral contemporáneas y los estándares establecidos de la vida social.
De
esta manera, Keynes llega a la conclusión peculiar que debido a que las
necesidades humanas están determinadas por el ambiente social y cultural y que
debido a ello cambian muy lentamente, cuanto mayores son los bienes de consumos
de los que estamos provistos más difícil es encontrar algo más de los que
proveernos por adelantado. Es decir, que las personas permanecen sin
necesidades cuya producción desean que sea cubierta. De esta manera, los
recursos de la sociedad, incluyendo la mano de obra, corren el riesgo de ser
mayores que la demanda para su empleo.
De
esta manera, Keynes niega la validez de uno de los conceptos fundamentales de
la economía, la escasez.
[14]
En lugar de imaginar
un mundo en que nuestros deseos superen a los medios a nuestro alcance, según
Keynes la humanidad se encuentra frente a un mundo de post escasez, en el cual
los medios a nuestro alcance son mayores que los fines a los que se pueden
aplicar. De alguna manera la crisis económica es una crisis de abundancia.
Debido
a ello, el ingreso no gastado puede apilarse como ahorros no utilizados y sub
invertidos y las inversiones que se realicen pueden ser erráticas debido a lo
que Keynes llama el espíritu animal de la psicología irracional de los
empresarios relativa al futuro incierto. La economía de mercado estaría plagada
con el riesgo constante de ciclos de expansión y depresión con períodos
prolongados de alto desempleo y con capacidad instalada sin uso. Los problemas
de la sociedad surgen del hecho que las personas consumen muy poco y ahorran
demasiado para asegurar el pleno empleo con los salarios dinerarios que
prevalecen en el mercado y si los trabajadores se niegan a ajustar sus ingresos
frente a una declinación en la demanda por sus servicios.
La
solución keynesiana es que el gobierno funcione como un mecanismo estabilizador
para mantener el pleno empleo y la producción estable mediante políticas
fiscales y monetarias activas.
En
suma, la tesis de Keynes es simple y terminante. La tendencia a la desocupación
crónica proviene de la riqueza misma de las grandes comunidades industriales.
El juego espontáneo de las fuerzas económicas es incapaz de remediarlo, porque
hay en el sistema un grave defecto de ajuste. Cuando crece el ingreso de la
colectividad, crece también el ahorro, sin que se plantee problema alguno
mientras las inversiones aumenten paralelamente. Pero no siempre sucede así,
llega un momento en que, a pesar de que el ahorro sigue subiendo, la tasa de
interés se resiste a descender en el grado indispensable para estimular
nuestras inversiones que lo absorban por completo. A partir de ese momento, no
hay inversiones suficientes para utilizar todo el ahorro posible. El ahorro es
riqueza que no se consume. La escasa propensión a consumir impide, de ese modo,
el crecimiento de la ocupación. Es más, ni tan siquiera es posible mantener el
nivel que haya podido alcanzarse. Porque son de tal índole las relaciones entre
el ahorro y la inversión, que no tarda en contraerse la actividad económica
hasta que el sistema encuentre un nuevo punto de equilibrio. En este punto de
equilibrio mínimo, la ocupación y el ingreso nacional se habrán comprimido
tanto como fuere necesario para que el ahorro disminuido equivalga a la menor
cuantía de las inversiones. En resumen, el más radica en la insuficiencia de
las inversiones para emplear todo el ahorro. Y como el ahorro es aquella parte
de la producción que no se consume, insuficiencia de inversiones significa
también insuficiencia de demanda. De ahí la conclusión práctica de Keynes: hay
que provocar deliberadamente el crecimiento de aquellas, hasta que la demanda
sea suficiente para absorber toda la oferta que proviene del pleno empleo de
las fuerzas productivas. A los bancos centrales corresponde, en primer lugar,
el cumplimiento de este designio. Para estimular las inversiones privadas
deberán seguir una política persistente de descenso del tipo de interés,
creando todo el dinero necesario. Por una curiosidad histórica fue un argentino
uno de los más eficaces promotores de Keynes, Raul Prebisch transformó las
doctrinas keynesianas en inmensamente populares entre los jóvenes economistas
de nuestro continente e idioma.
[15]
Jean-Baptiste Say, economista clásico
francés, formuló lo que hoy conocemos como la Ley de los Mercados,
la cual expresa que, sin producción, no puede haber consumo. En otras palabras, Say sostuvo que para poder consumir, primero debemos
producir; sin una oferta de bienes y servicios, no habrá demanda que pueda
sostenerse en el mercado.
Un
punto central en esta teoría es que lo que los demás estén dispuestos a
adquirir de nuestra oferta dependerá de los precios a los que ofrezcamos
nuestros productos. Cuanto más elevado sea el precio de nuestros bienes, ceteris paribus,
menor será la disposición de los demás para comprarlos. En consecuencia, cuanto
menos vendamos, menor será nuestro ingreso monetario, y, por lo tanto, más
limitada será nuestra capacidad financiera para demandar los bienes y servicios
que los otros actores del mercado ofrecen.
Para
asegurar que todo lo que producimos sea adquirido por los consumidores, debemos
poner el precio correcto a nuestros bienes, es decir, un precio lo
suficientemente bajo para que toda nuestra oferta encuentre compradores. Si
fijamos un precio excesivamente alto, una parte de nuestra oferta quedará sin
vender, lo que implica una pérdida de ingresos. En cambio, si reducimos el
precio, manteniéndose constantes los demás factores, incrementaremos el deseo
de los consumidores por adquirir nuestros productos. Esto, a su vez, nos
permitirá aumentar nuestro ingreso monetario y, con ello, nuestra capacidad de
adquirir lo que los demás están dispuestos a vender en el mercado.
No
obstante, en algunas circunstancias, incluso una reducción de precios no es
suficiente para generar un aumento significativo en la demanda. En estos casos,
la disminución en los precios puede resultar en una reducción de los ingresos
totales. Este es otro principio del mercado: el valor de lo que decidimos
ofrecer no será mayor que lo que los consumidores están dispuestos a pagar.
Este
mecanismo es fundamental, ya que informa a los productores sobre las
valoraciones que los consumidores asignan a los diferentes bienes y servicios.
Si no logramos vender nuestros productos, es una señal de que el nicho de
mercado que hemos elegido dentro de la división del trabajo no es tan valioso
como esperábamos. El mercado nos empuja a reorientar nuestras actividades
productivas hacia áreas donde la demanda de los consumidores valora más
nuestras capacidades y habilidades productivas, lo que nos permitirá generar
ingresos mayores y satisfacer de mejor manera las necesidades del mercado.
Ahora
bien, ¿es posible que, como dice Keynes, los consumidores no gasten todo lo que
han obtenido previamente por la venta de sus productos en el mercado? ¿Es
posible que algo del dinero ganado sea ‘atesorado’ (hoarded)
[16]
de tal manera que no haya
una mayor demanda de bienes y por lo tanto no exista una línea de producción
alternativa en la que encontremos un empleo remunerativo? ¿No podría ser el
caso en que la demanda agregada de los bienes en general en el mercado fuera
insuficiente para comprar toda la oferta agregada de bienes y servicios que se
ofrecen a la venta en el mercado?
La
respuesta fue sugerida por el economista clásico John Stuart Mill, a mediados
del siglo XIX, en su ensayo sobre la influencia del consumo sobre la
producción.
[17]
Mill sostiene que en la medida que haya
objetivos o deseos que las personas deseen obtener y que no hayan sido
satisfechos, siempre existe alguna tarea que cumplir. En la medida que los
productores ajusten sus ofertas para reflejar la demanda presente de bienes
particulares que los consumidores deseen comprar y en la medida que los precios
de sus bienes y servicios sean los que los consumidores estén dispuestos a
pagar, no habría desempleo de los recursos o del trabajo para aquellos que
deseen trabajar. Por lo tanto, no puede existir una oferta excesiva de todos
los bienes en relación con la demanda total de todos los bienes.
Pero
Mill admite que hay momentos en que los individuos, por diversas razones,
pueden atesorar, o dejar en sus cuentas sin gastar una mayor proporción de
dinero que lo que fuera la práctica habitual. En este caso, Mill sostiene que
lo que se llama una superabundancia general de todos los bienes es en realidad
una superabundancia de todos bienes con relación al dinero. Dicho en otras
palabras, si aceptamos que el dinero es también un bien, como de todos los
demás bienes en el mercado que tienen oferta y demanda, entonces puede ocurrir
una situación en la que la demanda de retener dinero tenga un aumento relativo
frente a la demanda de todos los demás bienes que pueden ser adquiridos con
dinero. Esto significa que todos los demás bienes tienen una sobre oferta
relativa en comparación con la mayor demanda de retener dinero líquido.
Para
lograr un equilibrio en el mercado entre los otros bienes que se ofrecen y la
menor demanda por ellos, debido al aumento de la demanda para aumentar la
demanda de retener dinero y la demanda reducida por otros bienes, los precios
de muchos de esos bienes deberán bajar. Los precios en general deberán bajar
hasta el punto en que todas las ofertas de bienes y servicios que las personas
quieran vender encuentren compradores que deseen comprarlos. Con una
flexibilidad suficiente en los precios se asegura que todos los que deseen
vender bienes y emplearse encontrarán compradores y trabajo.
Quienes
sostienen la economía de mercado, antes y después de Keynes nunca negaron que
puedan plantearse situaciones en que exista un desempleo masivo y que una parte
importante de la capacidad productiva de la sociedad pudiera permanecer
inutilizada. Pero aún en esa situación sostuvieron que la causa debía buscarse
en la falta de oferentes de bienes y servicios a precios que reflejaran el
valor que los consumidores estuvieran dispuestos a pagar por ellos, teniendo en
cuenta la demanda por otros bienes, incluyendo el dinero. Los precios correctos
aseguran el pleno empleo, los precios correctos aseguran que las ofertas crean
una demanda para los bienes ofrecidos. Esta es la ley del mercado de la cual
Keynes quiso escapar.
Para Keynes el motivo de la desocupación radica en la
insuficiencia de la demanda, según ya hemos visto. Considera que existe una ‘ley
psicológica fundamental, que con toda confianza podemos inducir a priori de
nuestro conocimiento de la naturaleza humana y de los hechos y la experiencia
en las comunidades modernas’
[18]
Esta expresión está
basada en una base epistemológica muy endeble como todo razonamiento a
priori que no tenga un análisis empírico previo. De acuerdo con esta ‘ley’
cuando aumentan los ingresos de las personas, ellas están dispuestas a
acrecentar sus gastos en consumos, pero no tanto como el aumento que han
recibido. Esto sucedería especialmente en las fluctuaciones cíclicas, de manera
que, cuando suben los ingresos, la gente continuaría manteniendo su nivel de
vida habitual. De esta manera, los ingresos crecientes traerían un aumento del
ahorro, mientras que los ingresos decrecientes traerían su disminución. En
general, el aumento del ahorro es proporcionalmente superior al de los ingresos
y su disminución suele ser proporcionalmente más intensa cuando éstos
descienden. En este último período las personas acostumbran a gastar el dinero
de sus reservas y los gobiernos a incurrir en déficit. Considera Keynes que
debido a ello la desocupación no llega a grandes extremos.
Para John Maynard Keynes, la causa principal de la
desocupación radica en la insuficiencia de la demanda agregada. Esto se explica
a través de una "ley psicológica fundamental", que según Keynes,
podemos deducir "con toda confianza a priori de nuestro conocimiento de la
naturaleza humana y de los hechos y la experiencia en las comunidades
modernas". Esta afirmación, sin embargo, se basa en una epistemología
frágil, como suele ocurrir con cualquier razonamiento a priori que no se fundamente
en un análisis empírico riguroso.
De acuerdo con esta "ley", cuando los
ingresos de las personas aumentan, estas tienden a incrementar su consumo, pero
en una proporción menor al crecimiento de sus ingresos. Esto se observa
especialmente en el contexto de las fluctuaciones cíclicas de la economía. En
momentos de bonanza, cuando los ingresos aumentan, los individuos continúan
manteniendo su nivel de vida habitual y destinan una parte del incremento a los
ahorros en lugar de consumir en su totalidad. Así, un aumento en los ingresos
generaría un aumento proporcionalmente mayor en el ahorro que en el consumo.
En contraste, cuando los ingresos disminuyen, el
ahorro también tiende a reducirse, a menudo de manera más intensa que la propia
caída de los ingresos. En estos periodos, las personas suelen recurrir a sus
reservas para mantener su nivel de consumo, mientras que los gobiernos
incrementan su endeudamiento, incurriendo en déficit para estimular la economía
y evitar que la desocupación se profundice.
Keynes argumentaba que esta dinámica es una de las
razones por las cuales la desocupación no alcanza niveles extremos en los
momentos de recesión, ya que el gasto privado y público actúan como
amortiguadores. Sin embargo, la insuficiencia estructural de la demanda
agregada —es decir, el hecho de que el ahorro no se traduce automáticamente en
inversión productiva— es lo que genera desempleo en el largo plazo,
justificando así la necesidad de la intervención estatal para corregir este
desequilibrio y estimular el consumo y la inversión.
Esta teoría refleja una visión cíclica de la relación
entre ingresos, ahorro y consumo, en la que las fluctuaciones de la demanda
agregada impactan directamente en los niveles de empleo. Para Keynes, la clave
para reducir el desempleo radica en sostener un nivel adecuado de demanda, de
modo que se incentive tanto el consumo como la inversión privada.
Dice más adelante Keynes, ‘cuanto más rica sea una
comunidad, tanto mayor tiende a ser la diferencia entre la producción real y la
potencial; y, por consiguiente, tanto más obvios y agraviantes resultan los
defectos del sistema económico. Pues una comunidad pobre estará dispuesta a
consumir la mayor parte de su producción, de manera que una cuantía modesta de
inversiones será suficiente para que se alcance la ocupación plena. Mientras
que una comunidad rica tendrá que descubrir más amplias oportunidades de
inversión, si la propensión a ahorrar de sus miembros más prósperos ha se ser
compatible con la ocupación de sus miembros más pobres. Si en una comunidad
potencialmente rica el incentivo a invertir es débil, el principio de la
demanda efectiva le compelerá a reducir su producción hasta que, a pesar de su
riqueza potencial, se vuelva tan pobre que el sobrante que consume se haya
reducido en la medida suficiente para corresponder al escaso incentivo a
invertir. Peor aún. En una comunidad rica no sólo la propensión a consumir es
débil, sino que, debido a la gran magnitud de su acumulación de capital, las
oportunidades para ulteriores inversiones non menos atrayentes, a no ser que la
tasa de interés descienda con suficiente rapidez.’
[19]
Como queda dicho, para Keynes el gasto de los ingresos
de las personas estaba determinado por una ‘ley psicológica’ llamada la
‘propensión a consumir’ que dependía de varios hábitos culturales, raciales,
religiosos o de pertenencia a una clase social. Esos hábitos variaban muy
lentamente. Keynes estaba seguro que no influía en la propensión a consumir era
la tasa de interés, una suba o baja en la tasa de interés no tenía efecto
significativo en la voluntad de ahorrar o gastar los ingresos obtenidos. En
cambio, la tasa de interés si tendría influencia en la propensión a atesorar (hoard), debido a la propensión a consumir, el
aumento en los ingresos sería invertido en bonos o mantenido sin recibir
intereses en una cuenta bancaria. Lo único que influiría la tasa de interés
sería el atractivo relativo de tener bonos o dinero líquido en una cuenta. No
importa cuán bajo la tasa de interés cayera, los individuos no consumirían más
ya que su consumo estaría determinado por esta ‘ley psicológica’. Simplemente
continuarían a mantener sus ahorros en dinero líquido que no obtuviera
intereses.
En la teoría de Keynes la tasa de interés tampoco
tendría influencia en la voluntad de invertir, ya que la voluntad de invertir
estaría basada en el posible beneficio futuro que se obtendría de una inversión
con relación a la tasa de interés que se pague para obtener los fondos necesarios
para llevar adelante ese proyecto productivo. Pero en la visión de Keynes, no
podía precisarse cuales serían los resultados estimativos de una inversión.
Ya que debemos intentar una estimación de las
consecuencias probables de las acciones presentes hacia un futuro
particularmente incierto, Keynes creía que las personas confiaban en la
‘sabiduría convencional’. Esto es, determinaban sus creencias sobre el futuro
sobre la base de lo que la mayoría de las personas pensaban sobre un tema en
cualquier momento. ‘Como están basadas en una base tan leve, sostenía Keynes,
‘están sujetas a cambios súbitos y violentos. Nuevos temores y esperanzas
podrán, sin aviso, tomar el control de la conducta humana.’ De esta manera, las
expectativas de los inversores sobre los beneficios que obtendrían podrían
estar influidas por fluctuaciones dramáticas e impredecibles que eran mucho más
importantes para influir en las inversiones que cualquier cambio en la tasa de
interés.
El modelo keynesiano plantea este problema de la propensión
a ahorrar una parte del ingreso adicional antes que consumirlo. Los ahorros
disminuyen el gasto en la economía, la disminución del gasto en consumo
disminuye los ingresos esperados de las ventas, la expectativa de la reducción
de las ventas hace que los empresarios quieran reducir la producción, la menor
producción significa una disminución del empleo, la disminución del empleo
reduce el ingreso total de la economía, una declinación del ingreso total crea
una caída suplementaria en el gasto de los consumidores y esta caída adicional
del gasto de los consumidores inicia el proceso de contracción económica
nuevamente. Keynes sostenía que si todo lo que se ganaba se consumía se
aseguraría el pleno empleo y una alta producción.
Al explicar el error fundamental de la concepción
keynesiana del peligro de los ahorros, se puede citar a Albert Hahn
[20]
, de acuerdo con el
concepto económico clásico del ahorro, los intereses del individuo y de la
sociedad están en completa armonía. Quien ahorra se beneficia y también beneficia
a la sociedad. Mejora su bienestar porque los ahorros implican la transferencia
de medios de consumo desde el presente, cuanto sus ingresos son amplios, hacia
el futuro cuando sus ingresos pueden transformarse en escasos debido a la
enfermedad o la edad avanzada. Más aún, los ahorros aumentarán sus medio a
través del interés que reciba. La sociedad en su conjunto se beneficia de estos
ahorros, ya que ellos serán depositados en un banco u otra organización
financiera, de la cual un empleador puede tomar prestado para fines
productivos, como es la compra de bienes de capital. Esto significa un cambio
en la dirección de actividad productiva.
A través de los ahorros, la producción puede dirigirse
de bienes para consumo inmediato hacia bienes que no pueden consumirse pero de
los cuales se producen los bienes de consumo. La producción se transforma de
directa en indirecta. La producción indirecta tiene la ventaja de una mayor
productividad. La alta productividad de los métodos de producción capitalista
tiene efectos favorables suplementarios. Debido a que, por esta mayor
productividad, los empleadores podrán pagar el interés del capital solicitado,
aumentarán los salarios y reducirán costos, y estarán obligados por la
competencia a hacerlo. El nivel general de vida de la sociedad aumentará.
El proceso se renueva en el tiempo porque los mayores
ahorros permiten que los métodos directos de producción iniciales que requieren
cantidades reducidas de capital sean reemplazadas por métodos indirectos que
requieren grandes cantidades de capital.
Pero se plantea la pregunta keynesiana, si la caída
del consumo producida por el ahorro reduce la demanda de bienes, por lo tanto
reduce los beneficios de la producción. ¿Por qué asumirían los empresarios
nuevas inversiones en proyectos para aumentar la capacidad de producción en el
futuro si la demanda de los bienes de consumo disminuye en el presente?
La respuesta a este argumento keynesiano había sido
efectuada por el economista austriaco Eugen von Böhm-Bawerk
[21]
al referirse a la función
del ahorro. Señaló que el error en este tipo de argumentos surge de la
incapacidad de recordar que lo que las personas hacen en el acto de ahorrar es
el de postergar el consumo presente, no el de postergar el consumo
indefinidamente. Quienes obtienen ingresos trasladan una porción de su demanda
de bienes del presente hacia el futuro, momento en el que planean utilizar lo
que han ahorrado y ganado adicionalmente como intereses para consumos
alternativos. Los ahorros liberan recursos y trabajo para ser aplicados en
formas productivas indirectas, de manera que puedan producirse mayores y
mejores cantidades de bienes que serán demandados cuando llegue el consumo
futuro. La tarea del empresario es anticipar la dirección y momento de la demanda
futura de los consumidores así como los precios que esos consumidores futuros
estarán dispuestos a pagar por los bienes ofrecidos en ciertas cantidades y
calidades. El mercado recompensa a aquellos empresarios que anticipen
correctamente las futuras condiciones del mercado con beneficios y castiga a
los menos competentes con menores ganancias o aún con pérdidas.
El sistema de mercado de pérdidas y ganancias a través
de la competencia para el uso de los recursos y la venta de productos asegura
una mayor racionalidad en la toma de decisiones sobre inversiones que la que es
sugerida en las referencias de Keynes a los ‘espíritus animales’ y a la
‘sabiduría convencional’. En la economía de mercado el control sobre la toma de
decisiones en materia de inversiones tiende hacia aquellos empresarios que, en
un sistema de división del trabajo, demuestren ser los más competentes en
dirigir la producción hacia los bienes y servicios que serán requeridos en el
futuro. Las tasas de interés en el mercado tiene la función de establecer un
equilibrio entre los planes individuales de los ahorristas y los planes
individuales de los empresarios e inversores. Tienen la misma función que todos
los demás precios en el mercado, la de coordinar las actividades de multitudes
con fines de beneficio mutuo a través de las oportunidades que otorga el
intercambio. Los cambios en las tasas de interés en el mercado modifican
potencialmente lo que las personas consumen, ahorran y también sus decisiones
de inversión, de la misma manera que cualquier cambio en un precio puede
modificar la cantidad que los consumidores consideran interesante para comprar
y los vendedores encuentran conveniente ofrecer a la venta.
En un mercado desarrollado, con productores y
consumidores numerosos, existen siempre personas para quienes cualquier cambio
en el precio representará su límite en el cual modificarán su preferencia de
comprar o vender. Cada uno de nosotros tiene ese punto límite, también llamado
margen, y que da origen al análisis marginal. Un incremento en un precio
resultará en un aumento o disminución en la cantidad que las personas estarán
dispuestas a consumir de un bien. Al proponer una ‘ley psicológica evidente’
que dijera que las personas consumen sus ingresos de una manera independiente
de los cambios en la tasa de interés, Keynes rechazaba la lógica fundamental de
la acción humana en la que está basada toda la teoría económica. La tasa de
interés no solo influye en el atractivo marginal de invertir en títulos o cajas
de ahorro frente a la posibilidad de permanecer en una situación de liquidez,
sino que también influye en las decisiones sobre consumir o ahorrar. El interés
que se percibe es el precio por no consumir y si la tasa sube o baja, algunas
personas considerarán más o menos interesante consumir. Estos cambios en la
voluntad de las personas de consumir o ahorrar teniendo en cuenta la tasa de
interés son los que aseguran que las ofertas y demandas de bienes de consumo,
ahorros, y proyectos de inversión se mantienen en equilibrio.
Pocas instituciones económicas han tenido tanta
influencia social como la teoría keynesiana expuesta al final de la Teoría General,
de la “Eutanasia del Rentista”.
La "eutanasia del rentista" es un concepto
clave en el pensamiento de John Maynard Keynes, y se refiere a la disminución
sostenida de la tasa de interés hasta niveles tan bajos que los rentistas
—aquellos que obtienen ingresos exclusivamente de sus inversiones financieras
sin participar activamente en la producción— dejan de obtener beneficios
significativos. Según Keynes, esto ocurre cuando la oferta de capital se
incrementa a tal punto que este deja de ser un recurso escaso, reduciendo las
tasas de retorno para los inversionistas que no desempeñan un rol productivo en
la economía.
Este concepto tiene similitudes con la crítica moral
que realizaban los pensadores del socialismo utópico al capitalismo. Para
estos, uno de los aspectos más injustos y reprochables del sistema capitalista
es la posibilidad de obtener ganancias sin trabajo ni sacrificio, es decir,
vivir de las rentas sin contribuir activamente al proceso productivo. Desde
esta perspectiva, la acumulación de riqueza a través de la inversión
financiera, sin intervención directa en la creación de valor, es vista como
algo inmoral y que perpetúa la desigualdad.
Keynes, aunque no era un socialista en el sentido
estricto, compartía esta preocupación por los efectos perniciosos de la clase
rentista sobre la economía. En su visión, la reducción de la tasa de interés y
la consiguiente "eutanasia" del rentista no solo sería inevitable,
sino también deseable, ya que permitiría liberar a la economía de lo que
consideraba una "explotación" pasiva de los recursos. Este proceso,
en última instancia, conduciría a una economía más equilibrada y justa, donde
las recompensas se distribuyen en función de la contribución activa al proceso
productivo, en lugar de perpetuar las ventajas heredadas o acumuladas sin
esfuerzo.
El trasfondo ético de esta crítica, en el pensamiento
de Keynes, está basado en la convicción de que la obtención de ganancias sin
trabajo distorsiona el sistema económico. Para él, el progreso económico y
social debía estar alineado con la productividad y el esfuerzo, y no con la especulación
o la acumulación pasiva de riqueza. La "eutanasia del rentista"
sería, en ese sentido, un paso necesario para restablecer la virtud económica y
promover una mayor equidad en la distribución de la riqueza.
La ‘Eutanasia del rentista’ se refiere a la
disminución sostenida de la tasa de interés, producida por un aumento tan
elevado de la oferta de capital, que éste deja de ser escaso. A partir de ahí,
el inversor sin funciones en la producción no recibe gratificación alguna. El
proceder es semejante al del socialismo utópico, que funda su crítica a la
sociedad actual en el plano de la ética. El aspecto más indignante y condenable
del capitalismo, lo que es menester eliminar para que la virtud recobre su
imperio, es la posibilidad de obtener ganancia sin sacrificio, la vida sin
trabajo.
“Ahora bien, aunque este
estado de cosas sería perfectamente compatible con cierto grado de
individualismo, significaría, sin embargo, la eutanasia del rentista y, en
consecuencia, la del poder de opresión acumulativo del capitalista para
explotar el valor de escasez del capital. Hoy el interés no recompensa de
ningún sacrificio genuino como tampoco lo hace la renta de la tierra.”
[22]
Keynes sueña con una transición ordenada hacia esta
sociedad mejor. Esta transformación provechosa no requiere del tumulto ni de la
rebelión popular, del que su sentido estético abominaría, sino de la sabia
acción del estadista.
“Veo, por tanto, el aspecto
rentista del capitalismo como una fase transitoria que desaparecerá tan pronto
como haya cumplido su destino y con la desaparición del aspecto rentista
sufrirán un cambio radical otras muchas cosas que hay en él. Además, será una
gran ventaja en el orden de los acontecimientos que defiendo, que la eutanasia
del rentista, del inversor que no tienen ninguna misión, no será algo
repentino, sino una continuación gradual aunque prolongada de lo que hemos
visto recientemente en Gran Bretaña, y no necesitará de un movimiento
revolucionario”. “No se aboga francamente por un sistema de socialismo de
estado que abarque la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es
la propiedad de los medios de producción la que le conviene al estado asumir...
Además, las medidas indispensables de socialización pueden introducirse
gradualmente sin necesidad de romper con las tradiciones generales de la sociedad.”
[23]
La represión financiera, que es leída como altamente
favorable para el impulso industrial, o en su extremo la “eutanasia del
rentista” que proponía Keynes, conduce a ineficiencias asignativas severas,
produce redistribuciones caóticas del ingreso, multiplica los focos de
corrupción y termina costando puntos adicionales de crecimiento a largo plazo.
Por otra parte, además de la infertilidad teórica de estos enfoques también
existen problemas prácticos verdaderamente complicados para la aplicación de
controles de tasas de interés. Debido a que los bancos poseen estructuras de
costos muy variadas, el regulador debe decidir a qué nivel establecer los tipos
de interés a fin de evitar no sólo las supuestas ganancias monopólicas, sino
para mantener cierta viabilidad económica a esas empresas.
Keynes sostenía que el problema fundamental con economía
de mercado era que en la medida que los ingresos crecieran con el transcurso
del tiempo, la parte del ingreso ahorrada crecería proporcionalmente. Pero las
personas estaban habituadas por usos sociales o de clase, a ciertos tipo y
cantidades de bienes a consumir. Cuando éstas estuvieran satisfechas las
personas no tendrían bienes a consumir, ya fuera en el presente como en el
futuro. Como consecuencia esto limitaría la cantidad de sus ahorros por la cual
habría una demanda para invertir.
Con el límite psicológico de la propensión a consumir
y con la demanda de inversiones restringidas por oportunidades inversión
limitadas, los ahorros de la sociedad se acumularían sin uso. Ya que los
trabajadores no aceptarían ninguna disminución de sus salarios dinerarios
debido a la ilusión monetaria, las demandas agregadas de bienes y servicios en
la economía serían insuficientes para emplear a todos los que quisieran
trabajar a cambio de los salarios regulados que se pagan en el mercado. La
solución de Keynes era la intervención del gobierno para poner los ahorros no
utilizados a trabajar a través de déficits públicos que estimularan la
economía. No tenía importancia en qué tipo de actividades invirtiera el
gobierno. Inclusive ‘las obras públicas de utilidad dudosa’ eran convenientes
en la medida que pusieran a la gente a trabajar. ‘La construcción de pirámides,
los terremotos e inclusive las guerras pueden ser útiles para aumentar la
riqueza’ en la medida que crearan empleo. ‘Sería sin duda, más sensato,
construir casas o cosas similares’ decía Keynes, ‘pero si existen
dificultades políticas o prácticas en su camino, las mencionadas anteriormente
son mejores que nada.’
Tampoco podía confiarse en el sector privado para
mantener un nivel razonable de inversión que permitiera la creación de empleo.
Las incertidumbres del futuro crearían ‘espíritus animales’ entre los
empresarios que producirían ondas de optimismo y pesimismo que generarían
fluctuaciones en el nivel de producción y empleo. Era el gobierno quien debía
cumplir una tarea a favor del equilibrio. De la misma manera que los
empresarios eran emocionales y erráticos en sus decisiones de inversión, el
estado tenía la capacidad de analizar las cuestiones en el largo plazo, y
analizar las oportunidades de inversiones de manera que se tomaran decisiones
teniendo en cuenta la ventaja social general. Más aún, Keynes esperaba que el
gobierno tomara una ‘responsabilidad creciente en la organización de la
inversión directa’. En el futuro, señalaba, ‘considero, por lo tanto, que una
relativa socialización comprehensiva de la inversión sea el único medio de
asegurar una aproximación del pleno empleo.’ A medida que la rentabilidad de
las inversiones privadas se fuera reduciendo en el tiempo, la sociedad vería la
‘eutanasia del rentista’ y la ‘eutanasia del poder de opresión acumulativo del
capitalista’ para explotar en su beneficio la escasez de capital. Este
‘suicidio asistido’ de los grupos capitalistas que obtienen interés no
requeriría ninguna revolución violenta. No haría falta una revolución sino ‘las
medidas necesarias de socialización que pueden ser introducidas gradualmente y sin una ruptura con las tradiciones generales de la sociedad.’
Esto no significaba el exterminio del sector privado
de la economía, sino que a través de políticas fiscales y monetarias el
gobierno determinaría el nivel agregado del gasto en la economía y, en esas
circunstancias, las empresas privadas serían autorizadas a operar dirigiendo
sus recursos a la fabricación de los productos individuales que se vendieran en
el mercado. La función de la política
fiscal sería para el gobierno aumentar el déficit e inyectar un aumento neto
del gasto en la economía mediante la toma de los ahorros no utilizados que se
acumulaban o eran atesorados. La visión keynesiana era que el gobierno
aumentara el gasto lo suficiente para que los precios en general de la economía
crecieran, ‘la expectativa de una caída del valor de la moneda estimula la
inversión y por lo tanto el empleo’ debido a que aumentaría los posibles
beneficios de las inversiones futuras.
¿Cuál sería la razón por la que el aumento de precios
estimularía el aumento de los beneficios de las inversiones? Debido a que
Keynes señalaba que la ‘ilusión monetaria’ de los trabajadores funcionaba de
dos maneras. De la misma manera que no aceptarían que las disminución de
salarios dinerarios con una caída de los precios, los trabajadores generalmente
no solicitarían un incremento en sus salarios dinerarios cuando hubiera un
aumento de precios. ‘Un movimiento por parte de los empleadores a revisar
los salarios dinerarios hacia la baja, decía Keynes, sería mucho más
enérgicamente resistido que una baja gradual y automática caída de los salarios
reales como resultado de los aumentos de precios’. Por lo tanto, el
estímulo fiscal del gobierno aumentaría los precios en general en relación con
los costos de producción, en particular los costos de salarios dinerarios de
los trabajadores, y de esta manera aumentaría los márgenes de beneficios y
crearía los incentivos para los empleadores privados e inversores para expandir
su producción y retomara a los desempleados. En suma un abuso de la información
asimétrica que tienen los trabajadores frente a sus empleadores.
Como equilibrio del estímulo fiscal, el gobierno debía
introducir la necesaria expansión monetaria para mantener las tasas de interés
bajas. Si el estímulo fiscal tenía éxito en generar una mayor inversión en el
sector privado, aumentaría también la demanda de crédito del sector privado
para financiar las actividades productivas. Este aumento en la demanda de
crédito produciría un aumento en las tasas de interés y limitaría algunas de
las inversiones de los empresarios que el gobierno intentaba estimular. Debido
a ello la autoridad monetaria debía aumentar la cantidad de dinero para
satisfacer tanto la demanda gubernamental de crédito como la demanda del sector
privado, al mismo tiempo que dejaba las tasas de interés bajas o las bajaba aún
más. Paradójicamente Keynes desconfiaba de los modelos estadísticos de la
economía y llegó a criticar la manera en que se desarrollaban las técnicas
econométricas, pero sin embargo, creía en la capacidad gubernamental para
determinar la cantidad exacta de estímulos fiscales y monetarios para
establecer y mantener una economía de pleno empleo.
Keynes sostenía que el gobierno debía regular y
controlar las importaciones y exportaciones con el objetivo de asegurar el
nivel deseado de producción doméstica y empleo. ‘Es esencial para el
mantenimiento de la prosperidad que las autoridades presten una atención
precisa al estado de la balanza comercial. Porque una balanza favorable, en la
medida que no sea muy elevada, es extremadamente estimulante.’ Con relación
con los efectos que esto tendría con el comercio internacional, Keynes señalaba
que ‘la escuela clásica exageró mucho sobre las ventajas de la división
internacional del trabajo.’
[24]
La
visión de Keynes creó una división en la economía, a la ‘ciencia nueva’ se la
llamó macroeconomía, dejando lo que antes se llamaba teoría de los precios como
microeconomía. Si bien el término macroeconomía describe cualquier análisis de
agregados, en su concepto habitual se refiere a las inestabilidades económicas,
particularmente en las tasas de desempleo, incluyendo los problemas
inflacionarios y de balanza de pagos. A partir que se han generalizado los
estudios formales de la macroeconomía, las preocupaciones habituales sobre
asignación de recursos en los mercados se transformaron en la microeconomía. En
realidad, ambas tienen que ver con la economía en general. Los estudios macro
se concentran en las inestabilidades producidas por el comportamiento combinado
de muchos actores. La microeconomía se concentra en la manera de cómo cada
componente de la economía cumple la tarea de hacer que bienes útiles lleguen a
los consumidores.
Si
nada en la economía es nítido, tampoco lo es la distinción entre micro y
macroeconomía. Por ejemplo, el sistema bancario es tanto una preocupación tanto
de la micro como de la macroeconomía. La función de los bancos en la oferta
monetaria es una preocupación básica de la macroeconomía, el servicio de los
bancos a los individuos incluye el empleo de las herramientas habituales de la
microeconomía. Uno de los temas centrales en este debate ha sido el desempleo,
ya que es más complejo de corregir o explicar que el de la inflación y el de
los problemas de la balanza de pagos. Las causas principales y curas de las
últimas fueron resueltas en el siglo XVIII, desde los ensayos de David Hume.
Por el contrario, lo que causa el desempleo ni como se resuelve, no están
claramente determinados.
La
Teoría General de Keynes fue el mayor éxito literario de la teoría económica.
Esto se debió en gran medida a la personalidad de Keynes que era un activo
líder de difusión de ideas en la opinión pública. La Teoría General fue también
un acto de liderazgo, ya que impuso en Gran Bretaña, en la forma de un aparente
análisis general, su visión personal de la situación social y económica y
también su visión personal de ‘que es lo que debe hacerse’.
[25]
Al mismo tiempo al
intervenir en la atmósfera moral creada por la depresión y frente a una marea
creciente de extremismo político, el mensaje del libro surgido dentro del marco
intelectual privilegiado de Cambridge, tuvo una importante repercusión particularmente
en los Estados Unidos. Schumpeter recuerda que tiene una fuerte tendencia al
igualitarismo. Los economistas igualitaristas pudieron limitar todos los
aspectos de la desigualdad en el ingreso menos uno, como J.S. Mill tuvieron
escrúpulos relativos a los efectos de las políticas igualitaristas frente al
ahorro. Keynes los liberó de estos escrúpulos. Su análisis le concedió una
respetabilidad intelectual a las posiciones contrarias al ahorro y lo expresó
con claridad en el capitulo 24 de la Teoría General.
Esta actitud fue muy atractiva para los autores que estaban en los márgenes de
la economía teórica y también para los administradores y políticos, que tomaron
de la Teoría general la libertad del aumento del gasto y la apropiación de los
ahorros. Cualquier crítico social aficionado con solo unos pocos conceptos
podía opinar y regular sobre el infinitamente complejo organismo de una
economía de mercado. Su obra tenía también lo que se ha llamado el vicio de
Ricardo, que es el de apilar una gran cantidad de conclusiones prácticas sobre
una base teórica endeble, aun cuando pareciera convincente.
En
la obra de Keynes aparece su visión del capitalismo inglés al que
consideraba sufriendo de vejez y sobre el cual hizo un diagnóstico intuitivo
sin tener en cuenta la posibilidad de otros diagnósticos posibles. Esta
visión le decía que existía una economía arteriosclerótica cuyas posibilidades
de rejuvenecimiento declinaban mientras que los hábitos de ahorro conformados
en tiempos de bonanza persistían. Esta posición lo acompaño en todos sus
trabajos desde Las consecuencias económicas de la paz. En la Teoría
General buscó formar el sistema analítico que pudiera expresar esta idea
fundamental y nada más. El resultado lo satisfizo de tal manera que consideró
que había corregido 150 años de error, una posición que si bien fue muy
rápidamente aceptada por sus seguidores ha desacreditado su visión en los ojos
de otros.
[26]
Otra
teoría keynesiana es que las economías maduras tienden al estancamiento. En
todo período de malhumor económico, generalmente cuando las crisis tienden a
extenderse, aparecen teorías de decadencia y de demostración de la continuidad
de la depresión. Sin duda una economía puede llegar a estancarse, pero no por las
suposiciones de Keynes, sino porque el Estado moderno tiende a destruir o
paralizar los incentivos que llevan al crecimiento. Un ejemplo son los
impuestos confiscatorios que quitan todo incentivo a la inversión y al esfuerzo
productivo.
El
ataque de Keynes al ahorro que lo llevaría a proponer la ‘eutanasía del rentista’ tiene un origen anterior a la Teoría General. En su ‘Treatise on Money’ de
1930
[27]
plantea una
contraposición entre la frugalidad y la empresa. Con elocuencia en algunos
párrafos señala un desprecio a la frugalidad y para el ahorro y la necesidad de
transferir los recursos a los empresarios. Un embrión de su propuesta posterior
de la transferencia de recursos de ahorristas a las empresas.
Dice
en el capítulo 30, sobre ejemplos históricos:
‘Generalmente se piensa en
la riqueza acumulada por el mundo como si fuera el resultado penoso de la
voluntaria abstinencia de los individuos del gozo inmediato del consumo, y que
denominamos frugalidad. Pero resulta obvio que la simple abstinencia no es suficiente
por sí misma para construir ciudades y disecar pantanos. La abstinencia de las
necesidades individuales no aumenta necesariamente la riqueza acumulada; puede
si servir, en cambio, para aumentar el consumo corriente de otros individuos. O
sea que la frugalidad de un hombre puede conducir tanto a un aumento de la
riqueza como a que los consumidores obtengan un mayor valor de su dinero. No se
puede decir cómo hasta que no hayamos examinado otro factor económico.
‘Concretamente nos referimos a la empresa. Porque
es la empresa la que construye y mejora los bienes del mundo. Así como los
frutos de la frugalidad pueden dirigirse tanto a la acumulación de capital como
a acrecentar el valor del ingreso dinero del consumidor, así los gastos de la
empresa pueden considerarse aparte de la frugalidad o de los desembolsos de
consumo del consumidor medio. Más aún; no sólo puede existir la frugalidad sin
la empresa sino que tan pronto como la frugalidad sobrepasa a la empresa,
descorazona positivamente su recuperación y crea un círculo vicioso por sus
efectos adversos sobre la ganancia. Si la empresa está en movimiento, la
riqueza se acumulará sin importar lo que le pase a la frugalidad; y si la
empresa se detiene la riqueza disminuirá cualquiera que sea el comportamiento
de la frugalidad.’
Sobre
esta base se desarrollaría más adelante la ‘eutanasia del rentista’ que tendría
graves consecuencias institucionales, en la destrucción de los derechos de
propiedad y en las fuertes consecuencias inflacionarias.
THE Supreme Court is a regulator. Much of the time the
Court regulates the operations of government. It reviews what other branches
have done and claims the last word. As government grows in relation to the
private sector, the Court's role as governor of the government seems to grow
more than proportionally.
[28]
La Corte Suprema tradicionalmente actuaba como árbitro
en disputas entre particulares; sin embargo, con el aumento de las funciones
reguladoras del Estado, su rol ha evolucionado para incluir el control de
actividades gubernamentales y la revisión de normas que afectan al sector
privado. Este cambio implica que las funciones de la Corte crecen de manera
proporcional e incluso exponencial al crecimiento de las regulaciones
gubernamentales, consolidándose así como un garante de los derechos ante el
poder estatal. Existen ahora principios unificadores en las decisiones de la
Corte que impactan directamente en la regulación de la actividad económica,
especialmente a medida que las decisiones judiciales han ampliado su influencia
sobre este ámbito.
La resolución de conflictos
económicos plantea dificultades adicionales para los jueces, quienes a menudo
carecen de una formación específica en economía, lo que limita su capacidad
para prever cómo los incentivos jurídicos afectan el sistema económico. Este
desafío se ve agravado por el discurso constitucional, que tradicionalmente ha
distinguido entre libertades individuales y libertades económicas, protegiendo
más intensamente las primeras y limitando la protección constitucional de las
segundas.
Los jueces, aunque resuelven disputas, también crean
normas. La creación de normas, aunque a menudo parece ser un subproducto de la
resolución de un caso, es en realidad central en la función de la Corte. Cuando
el tribunal establece un precedente, se espera que esta nueva norma
constitucional sirva para guiar futuros casos similares y mantenga la
coherencia en la jurisprudencia. La Corte Suprema, con una jurisdicción en gran
medida discrecional, elige cuidadosamente los casos que podrían dar lugar a la
creación de normas nuevas, priorizando la consolidación de precedentes y
evitando fallos que conduzcan a una jurisprudencia inestable.
En la solución de un caso, el juez debe adoptar una
visión dual: por un lado, resolver la disputa con un enfoque ex post, es decir,
posterior a los hechos, y por otro, establecer un precedente eficaz (visión ex
ante) que proyecte los efectos de la norma hacia el futuro. Esta dualidad
supone un dilema: el juez debe decidir entre la solución más justa para el caso
específico y las posibles implicancias de la nueva norma para situaciones
futuras. De este modo, cada decisión de la Corte tiene el potencial de crear
nuevas normas que influirán en el comportamiento de los actores económicos y en
el diseño de políticas públicas.
Las decisiones de la Corte tienen un efecto profundo,
tanto en los jueces inferiores que deben aplicarlas, como en el comportamiento
de actores externos al sistema judicial, incluyendo el Congreso y la
administración pública. Al resolver cuestiones constitucionales, la Corte
establece incentivos que pueden afectar la conducta de los actores económicos.
La paradoja de los fallos judiciales radica en que, aunque las decisiones
obligan formalmente solo a las partes en el proceso, los argumentos
constitucionales en que se fundamentan crean precedentes con efectos
significativos en el largo plazo.
La metodología judicial en muchos casos emplea la
analogía para extraer principios de decisiones anteriores. No obstante, la
analogía puede ser una herramienta limitada en cuestiones económicas, donde los
efectos de las decisiones judiciales sobre los incentivos y subsidios pueden variar
considerablemente según el contexto. Los jueces, a menudo sin intención, pueden
tomar decisiones que generen ganancias o pérdidas en el mercado, y en algunos
casos estas decisiones pueden beneficiar a actores ineficientes en detrimento
de los más eficientes.
El litigio judicial no solo es una herramienta de
resolución de conflictos, sino que también se utiliza para atacar normas y
buscar sustituciones normativas favorables. La doctrina de la razonabilidad y
la declaración de inconstitucionalidad son ejemplos de cómo las partes pueden
recurrir al poder judicial para desafiar normas. Sin embargo, este proceso no
está exento de problemas. El debate jurídico se ve influenciado por conceptos
económicos como la "falla del mercado" y, en muchos casos, los jueces
se enfrentan a la influencia de grupos de interés en la legislación.
Para evaluar las consecuencias económicas de las
normas, Easterbrook propone tres enfoques:
El juez debe discernir entre normas de interés general
y aquellas influenciadas por grupos de interés. Cuanto más específica sea una
ley, mayor es la probabilidad de que haya sido diseñada para beneficiar a un
grupo particular. En estos casos, la Corte debe adoptar una postura más
estricta y aplicar un escrutinio mayor. La intervención judicial puede
desempeñar un papel crucial en la defensa del interés general frente a la
apropiación de beneficios por parte de grupos específicos.
Una alternativa es evaluar quién hizo lobby para
lograr la sanción de una norma y qué acuerdos fueron alcanzados, ya sea en el
ámbito público o en negociaciones privadas. Esta investigación proporciona
información útil para interpretar la norma y evaluar si responde a intereses
específicos o a un compromiso legítimo. En muchos casos, las normas representan
un contrato entre sectores de interés diverso, y el papel del tribunal es
respetar estos acuerdos sin otorgar ventajas adicionales no previstas.
El análisis económico aplicado a la función judicial
destaca la complejidad de las decisiones de la Corte Suprema en un contexto
económico cada vez más regulado. La intervención judicial debe equilibrar el
interés general con la prudencia necesaria para no favorecer inadvertidamente a
sectores de poder. Entender la influencia de las decisiones judiciales en el
comportamiento económico y en los incentivos de los actores es esencial para
preservar el orden constitucional y promover una justicia equitativa y
eficiente en el marco de una economía dinámica.
Nuestro objetivo es analizar cómo la teoría económica
ha influido en las decisiones judiciales y cómo ha moldeado el desarrollo
institucional de la sociedad a través de los precedentes creados por la Corte
Suprema. En particular, se examina la influencia decisiva de la economía
keynesiana en las libertades constitucionales, al punto de permitir afirmar que
se ha producido una "reforma constitucional" sin seguir el
procedimiento formal del artículo 30. Esta influencia no se ha dado únicamente
mediante la legislación y las decisiones de funcionarios, sino también, de
manera decisiva, a través de los precedentes judiciales. Los fallos de la Corte
Suprema, tanto en Estados Unidos como en Argentina, han creado una
“Constitución Keynesiana” mediante la interpretación judicial.
Un
ejemplo claro de esta tendencia se encuentra en los casos sobre la propiedad de
depósitos bancarios, donde se aplicó la doctrina de la "eutanasia del
rentista" planteada en La Teoría General de Keynes. Si la
legislación pudiera superar eficazmente las “fallas de mercado”, tendría
sentido permitir una interpretación amplia de sus objetivos. Sin embargo,
cuando la legislación reemplaza transacciones entre particulares con una
regulación que transfiere "rentas" de actividades productivas a
grupos privilegiados, los jueces pueden adoptar una postura más estricta de
control de la razonabilidad económica.
[29]
La
teoría de Public Choice señala que muchas leyes han sido redactadas para servir a intereses privados
más que al interés público. Al igual que sucede con los productos en el
mercado, existe una demanda de normas, y algunos grupos pueden demandarlas con
mayor eficacia. La legislación que beneficia a la sociedad en su conjunto suele
ser difícil de implementar, ya que no existe un incentivo económico fuerte para
hacer lobby en su favor. En cambio, los grupos pequeños y cohesionados
son lobbystas más eficaces y tienden a asegurar una mayor
proporción de los beneficios derivados de regulaciones destinadas a beneficiar
a grupos específicos. Por lo tanto, se espera que la reglamentación económica
beneficie al grupo regulado, lo cual eleva tanto los precios que pagan los
consumidores como las ganancias que obtienen los productores.
El
estado liberal fue transformado por la ciencia económica en un estado
administrativo, concebido para erradicar problemas sociales. Keynes y los economistas
que lo siguieron ofrecieron una "bendición científica" que impulsó la
creación de un estado regulador y de bienestar. Los jueces, asumiendo que los
funcionarios públicos eran competentes para diseñar esquemas de control social,
otorgaron a la teoría económica un papel normativo activo. Este enfoque, sin
embargo, contrasta con la visión de James Buchanan sobre el rol de la economía
como ciencia, cuya función sería, según él, ofrecer a los ciudadanos una
comprensión del funcionamiento económico y de las consecuencias de diversas
intervenciones, para que puedan participar informados en el proceso
democrático. Para Buchanan, los economistas deben distinguir entre el análisis
de lo que es, lo que puede ser y lo que debe ser, proveyendo información necesaria
para decisiones democráticas fundamentadas. Comprender esta distinción es
importante para los jueces, ya que evita que se confunda el análisis económico
positivo con un discurso normativo.
A
principios del siglo XX, la escuela económica dominante en Estados Unidos,
crítica de la economía neoclásica, proponía un enfoque institucionalista que
promovía un gobierno activista para regular la economía en favor de la
eficiencia y la justicia social. Este grupo progresista, influido por figuras
como Thorstein Veblen y John Commons,
no solo dominaba el ámbito de la economía sino también las facultades de
derecho y la administración pública. Commons mantuvo
correspondencia con Keynes, quien en 1927 le escribió: "me parece que no
hay otro economista cuya manera general de pensar comparta en términos tan
amplios". Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes, describe a Commons como
"una influencia importante y no reconocida" sobre Keynes."
[30]
El
componente normativo, presente en la economía institucional y en la economía
keynesiana, influyó en el pensamiento jurídico, proporcionando fundamentos a
los jueces para justificar intervenciones en los mercados e incluso la
expropiación de ahorros. Keynes, quien no era un demócrata en sentido estricto,
veía con buenos ojos un "despotismo ilustrado" de burócratas que
implementaran sus políticas económicas. Su énfasis estaba en los resultados y
no en los procesos o en las instituciones republicanas, como la separación de
poderes o el control judicial, que consideraba irrelevantes para la formulación
de sus políticas. La aplicación de sus preceptos reducía las posibilidades de
una democracia constitucional, al promover un régimen burocrático con tintes
autoritarios.
Con
la Gran Depresión, las voces a favor de la economía de mercado se silenciaron.
Aunque algunos economistas argumentaban que la crisis había sido provocada por
errores en la política gubernamental, como la expansión descontrolada del
crédito y las restricciones comerciales de los años treinta, estas opiniones
fueron ignoradas. En su lugar, ganó fuerza la idea de que el capitalismo tendía
al monopolio, a la explotación y al desempleo involuntario, y que los
economistas tenían la responsabilidad de evitar estos daños sociales mediante
herramientas científicas y programas económicos implementados por la
administración pública. La teoría keynesiana cubría perfectamente esta
demanda. La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero de
Keynes ofreció una crítica al modelo clásico, argumentando que la inversión era
inestable debido a las expectativas volátiles de los inversores y sus
fluctuaciones de optimismo y pesimismo.
Keynes
sostenía que el sistema económico no se autorregulaba de manera fiable debido a
la volatilidad de las expectativas y a la "trampa de liquidez" en
tiempos de recesión, donde los intentos de estímulo monetario resultan
ineficaces. En su economía, los recursos podían permanecer sin utilizar,
atrapados en un equilibrio de desempleo sin posibilidad de ajustes automáticos.
Para Keynes, solo el gobierno podía introducir la fuerza externa necesaria para
romper este equilibrio y promover el cambio social.
Este
modelo sencillo constituyó el fundamento de la economía keynesiana en una
generación de economistas y fue plasmado en el libro Economía de
Paul Samuelson. En su edición de 1948, Samuelson introdujo la noción de que los
principios microeconómicos solo son efectivos después de establecer un sistema
macroeconómico en equilibrio. Para él, el sistema capitalista, sin
intervención, tendería a una caída de la demanda agregada y a un equilibrio con
desempleo. Era tarea del economista actuar como "ingeniero" para mantener
el pleno empleo y asegurar el equilibrio social.
[31]
.
Samuelson
afirmó:
“El
hombre moderno ya no puede creer que ‘el gobierno que gobierna menos es el que
gobierna mejor’. En una sociedad de frontera, donde un hombre se mudaba al
oeste tan pronto como podía oír los ladridos del perro de su vecino, esta
visión tenía algo de validez: ‘que cada hombre navegue en su propia canoa’.
Pero hoy, en nuestra vasta sociedad interdependiente, las aguas están demasiado
saturadas para tolerar un individualismo rudo sin adulterar”.
[32]
Samuelson
reconocía que este sistema de "individualismo rudo" promovió el
progreso material rápido, pero agregó que también llevó a ciclos económicos,
desperdicio de recursos, desigualdad de ingresos, corrupción política y la sustitución
de la "competencia autorregulada por el monopolio voraz".
Esta
perspectiva implica un cambio respecto a los principios de John Stuart Mill.
Para Mill, la libertad de mercado era el principio, y las intervenciones
estatales eran excepciones justificadas solo en ciertos casos. Con Keynes y
Samuelson, la presunción es la intervención estatal constante para preservar la
civilización económica, y solo en algunas circunstancias específicas se puede
confiar en la libertad de mercado. En tiempos de Mill, el economista se veía
como un observador de la sociedad; para Keynes y Samuelson, el economista tenía
la función de "salvador" de la sociedad, utilizando herramientas
científicas para corregir errores sociales. Samuelson concluía:
"Donde
las complejas condiciones económicas de la vida requieren coordinación social y
planificación, es razonable que los hombres sensatos de buena voluntad invoquen
la autoridad y la actividad creativa del gobierno".
Esta
labor de coordinación y planificación social se extendió más allá de los
economistas, incluyendo a jueces dispuestos a aplicar las recomendaciones que
estos expertos propusieran.
Los
escritos y votos judiciales de Julio Oyhanarte son definitorios de la
influencia del modelo keynesiano en la creación de precedentes judiciales
limitantes de las libertades económicas. Fue Ministro de la Corte Suprema en
dos ocasiones y Secretario de Justicia, también un publicista muy escuchado en
medios forenses. Oyhanarte expresamente
se refirió a la importancia que tenía en la construcción del estado de
bienestar el pensamiento de Keynes y la necesidad de abandonar las ideas de
Hayek. Al mismo tiempo consideró necesario para el establecimiento del ‘estado
de desarrollo’ la necesidad de reducir el ámbito de libertad individual y
consolidar la existencia de un estado productor y controlador de precios.
En
una conferencia pronunciada en la Federación Argentina de Colegios de Abogados
en 1971, llamada ‘El estado como actor en una sociedad dinámica’ dijo:
‘El Welfare state.
La
liquidación oficial de la tesis del ‘gobierno menor’ tuvo lugar, por supuesto,
en los dos países dominantes del mundo capitalista hacia la década de los años
treinta. El teórico que extendió el certificado de defunción del Estado
Liberal, en Inglaterra, fue J. M. Keynes, quien, desde una posición respetable
y académica, escribió un libro sosteniendo que para vencer a la crisis el
Estado debe asumir una influencia rectora, a guiding influence. (Keynes, John Maynard, The general theory of employment, interest and money, 1930 (sic.), pp. 30 y sigs. “The State will have to exercise a guiding influence on the
propensity to consume, partly through its scheme of taxation, partly by fixing
the rate of interest and partly perhaps, in other ways.”) Paralelamente, el
gran realizador práctico de la nueva política fue un presidente de los Estados
Unidos, F. D. Roosevelt, con su política del New Deal, que tradujo en hechos a
Keynes, produjo un cambio sustancial en las bases sistema jurídico político
y decidió el pasaje del Estado Liberal al Estado de Bienestar, o Welfare State, que es el que,
con diferencias no esenciales, rige hoy en todos los países del mundo
occidental. Todavía a la altura de 1960, F. A. Hayek, en su libro sobre la
Constitución y la libertad, acusa a Roosevelt de haberse subordinado a las
autoritarias ideas de Bismarck y del socialismo de cátedra.
…el Welfare Statetiene el
carácter de un hecho histórico rector. Su rasgo primero y diferencial es el rechazo
de la figura jurídica del poder mínimo y la consiguiente aceptación de
instituciones y preceptos que conforman lo que llamaré el poder eficaz: es
decir, la cantidad de poder que, sin sujeción a dogmas preconcebidos, sea
socialmente necesaria para conservar y en todo caso expandir las estructuras
plenamente desarrolladas de la sociedad industrial. El Estado, pues, sale
del encierro en que estuvo y deja de ser un Estado pequeño, meramente guardián
del orden, para transformarse en Estado regulador de la economía, en Estado
prestamista, en Estado árbitro de conflictos sociales, en Estado empresario,
etcétera…
La
conclusión interesante es que los principios y dogmas del Estado liberal
únicamente subsisten en algunos libros de texto y en la mentalidad de ciertos
juristas tan llenos de honestidad intelectual como de empecinamiento. En el
mundo de la realidad, en cambio, los hombres regidos por los hechos, los
hombres que viven en países desarrollados, han abandonado el Estado liberal y
en su lugar han puesto al Welfare state, al Estado de influencia rectora, al Estado
que, cuando el interés nacional lo reclama, congela precios y salarios.
[33]
La
opinión de Oyhanarte es altamente elocuente y representativa de la influencia
de la economía keynesiana en el medio jurídico y judicial en la Argentina. Su
conocimiento estricto del modelo keynesiano era reducido, pero existe un cierto
Keynes popular difundido por escritores que si fueron leídos por abogados y
jueces y tuvieron una larga influencia en las decisiones judiciales, como base
económica normativa aplicable por sobre el resto del ordenamiento incluida la
Constitución. En gran medida la Constitución representaba un Estado Liberal que
la nueva y aceptada teoría económica rechazaba. Keynes fue el fundamento para una
interpretación constitucional que permitiera el estado de bienestar, su
influencia convenció aun a los escépticos que no veían con agrado la limitación
en las libertades económicas. Este keynesianismo se transformó en un paradigma
jurídico dominante contra el cual hubo muy pocas voces discordantes.
[34]
Sin
duda el capítulo 23 sobre mercantilismo, usura, dinero sellado fue muy conocido
por los juristas argentinos. Debe tenerse en cuenta que se elogia a Silvio
Gesell que publicó su primer libro en Buenos Aires y tuvo una importante
actividad comercial en nuestro país. A principios de la década del ’70 el
Código Penal argentino estableció el delito de usura, estableciendo un tipo penal abierto ya que no
se indicaba las características estrictas de la conducta penalmente castigadas.
Su fundamento se encuentra en este elocuente párrafo de la Teoría General:
‘Quiero
decir la doctrina de que la tasa de interés no se ajusta por sí misma al nivel
adecuado para la conveniencia social, sino que constantemente tiende a subir
demasiado alto, de manera que un gobierno sensato se preocupa por doblegarla
por la ley y por costumbre y aun invocando las sanciones de las normas morales.
Las
disposiciones contra la usura se encuentran entre las prácticas económicas más
viejas que tenemos memoria…’
[35]
El
elogio del mercantilismo tendría el fundamento normativo en la limitación de la
libertad del comercio internacional. Aquí aparece el fundamento de la
constitución keynesiana, ya que era una fuerte limitación de los derechos constitucionales
sobre comercio internacional, justificando la prohibición de importaciones, de
exportaciones y las barreras aduaneras. Expresiones fácilmente comprensibles
como:
‘Cuando
un país está aumentando su riqueza con cierta rapidez (lo que era considerado
como la situación argentina en la década del ’60) el progreso que sigue a este
estado venturoso de cosas puede interrumpirse, en condiciones de laissez faire,
por insuficiencia de estímulos para nuevas inversiones…’
[36]
. Lo que equivalía a
decir que aplicar una economía de mercado impedía las inversiones en países en
desarrollo, lo contrario de lo que indica la práctica. Al mismo tiempo había
una condena expresa al libre comercio internacional y un elogio al
mercantilismo:
‘Sin
embargo, como aportación al arte práctico de gobernar, que se ocupa del sistema
económico en su conjunto y de lograr la ocupación óptima de todos los recursos
del sistema, los mecanismos de los primeros precursores del pensamiento
económico en los siglos XVI y XVII, pueden haber captado fragmentos de
sabiduría práctica que las irreales abstracciones de Ricardo olvidaron primero
y extinguieron después.’
[37]
Esto
suponía ante la mentalidad jurídica y judicial un elogio del sistema de
monopolio de comercio internacional existente en el Virreinato y consolidado en
el derecho patrio como en la Ley de Aduanas de Rosas de 1835.
El
texto era atractivo, no citaba fórmulas ni siquiera gráficos, por el contrario
estaba presente la Fábula de las Abejas de Mandeville, que en la versión
castellana estaba hecha por Alfonso Reyes, el conocido escritor amigo de Borges
y Embajador de Méjico en Buenos Aires. En suma establecía las virtudes de la industriosidad frente a la avaricia. Los juristas de la
época comprendieron el mensaje, la economía de mercado era para teóricos y
favorecía la usura, en cambio una economía altamente regulaba creaba empleo y
favorecía la industrialización. La mala teoría económica se había transformado
en una disyuntiva moral.
El
capítulo 24 concluiría el análisis con la instauración de la ‘eutanasia del
rentista’ y la necesidad de reescribir la Constitución económica liberal en una
Constitución para una economía regulada. Una vez establecida el fundamento
económico normativo por la teoría general, se obtendría el cambio constitucional
a través de la legislación regulatoria y de los precedentes judiciales que la
justificaron.
El debate comenzó fundamentalmente en los Estados
Unidos alrededor de 1936 cuando la Corte resistió la primeras grandes reformas
a los derechos constitucionales efectuadas por la legislación inicial del New Deal. El rechazo de la Corte
obligó a los gobernantes y a los
ciudadanos a reflexionar sobre el conflicto de las reformas económicas que se
intentaban con las norma constitucionales existentes tanto en la libertad
económica como las referidas al gobierno limitado y en existencia del
federalismo. Al mismo tiempo el rechazo del corporativismo estricto de la NIRA
[38]
la ley de reforma
industrial llevó a reflexionar como seria la convivencia entre un sistema
liberal y uno que quisiera regular el mercado. Al mismo tiempo abrió debate
sobre algunas actividades económicas regulatorias y su constitucionalidad. Sin
duda si la Corte no hubiera rechazado las primeras reformas del New Deal, la reforma constitucional
hubiera sido más profunda y menos reflexiva. La presión del presidente
Roosevelt sobre la Corte y la amenaza de aumentar el número de sus jueces para
evitar la influencia de jueces conservadores obligó a la Corte a cambiar su
voto. El cambio de voto fue en gran medida un cambio de Constitución sin
enmienda. Con las mayorías obtenidas en las elecciones de 1936 el presidente
Roosevelt efectuó una reforma constitucional sin una enmienda, porque esa
enmienda no ocurrió solo es producto de la imaginación, una alternativa hubiera
sido que Roosevelt no hubiera querido hacer la principal reforma de la
constitución de los Estados Unidos después de la guerra civil a pesar de contar
con gran apoyo popular. La otra alternativa es que la Corte Suprema al cambiar
su jurisprudencia hizo la reforma innecesaria.
[39]
En el caso de la Argentina la situación fue similar,
sólo que aquí la influencia directa de las ideas de Keynes es reconocida
explícitamente por los autores. Como señala Pellet Lastra “ante la crisis los conservadores decidieron introducir drásticos
cambios, consistentes en la intervención en la producción, la devaluación del
peso, la reducción de sueldos y la creación de entes reguladores de la
producción tales como la Junta Nacional de Granos, la Junta Nacional de Carnes
y las Juntas Reguladoras de la yerba mate, del azúcar y del vino. Así el gobierno
a pesar de su origen conservador, adopto alguno de los esquemas propuestos por
John Maynard Keynes que constituyeron el núcleo programático del New Deal del
presidente Roosevelt”.
[40]
En los comentarios que hace Raúl Prebisch en la obra de difusión que escribiera sobre Keynes son elocuentes algunos de
los párrafos en materia de regulación económica, por la influencia que tuvieran
en regulación económica.
[41]
Cuando se refiere a la
filosofía social de Keynes señala que establece un verdadero programa de gobierno
dice “muchos de los que quisieran
aumentar los impuestos directos para atenuar la desigualdad distributiva
encuentran un obstáculo serio: la idea tan arraigada de que el crecimiento del
capital depende especialmente del ahorro de las clases ricas. A la luz de las
teorías keynesianas mal podría seguirse justificando esta actitud. Ante todo
porque la baja propensión al consumo la abstinencia de los ricos lejos de
propender al crecimiento del capital lo retardan. Y en seguida porque la
experiencia demuestra que es más que suficiente el ahorro que realizan ciertas
instituciones y el que acumulan los fondos amortizantes.
Por tanto las medidas de redistribución de ingresos que aumentan la propensión
a consumir pueden resultar muy favorables a la acumulación de capital. Todo
ello hasta que se logre un estado permanente de plena ocupación en el que el
ahorro volverá a tener el papel que se le atribuye en la doctrina tradicional”. Sigue diciendo Prebisch “desaparece así una de las razones para proceder cautelosamente en el
designio de corregir las grandes desigualdades. Cree sin embargo lord Keynes
que hay motivos humanos y psicológicos que justifican cierta disparidad, si
bien mucho menores que las actuales. Hay ciertas actividades que requieren el
incentivo de la ganancia y que acaso contribuyen a desviar al hombre de la
crueldad, la ambición de poder y autoridad personal y otras peligrosas
actividades. El incentivo no necesita ser tan fuerte como hoy”. Sigue más
adelante “es más importante aún desde el
punto de vista de la presente la conclusión keynesiana sobre la tasa de
interés. Se ha tenido hasta ahora por cierto la necesidad de una tasa de
interés relativamente alta para provocar una cantidad adecuada de ahorro.
Keynes llega precisamente a la solución contraria. La promoción del ahorro
depende de la tasa baja de interés puesto que ella acrecienta las inversiones y
estas hacen crecer los ingresos hasta que el ahorro acrecentado alcance la
magnitud de tales inversiones. Conviene en consecuencia bajar la tasa de
interés en la medida suficiente para llegar a la plena ocupación. El objetivo
final de la política keynesiana de inversiones es aumentar de tal forma la
cantidad de capital que se termine definitivamente con las tasas presente. El
interés habrá desaparecido, entonces y el costo de los capitales y otros bienes
durables será similar al de los artículos de consumo servirá solamente el costo
del trabajo más cierta cantidad para compensar el riesgo y la dirección del
empresario. Con el interés habrá desaparecido también el inversor sin
funciones, el rentista. Y con la eutanasia del rentista la del poder opresivo
del capitalista para explotar el valor escasez del capital.
El
ahorro no comporta ciertamente un sacrificio genuino que merezca la compensación
del interés. Podría ocurrir sin embargo que un estado de plena ocupación en que
el ahorro vuelva a ser indispensable para la acumulación del capital no se
ahorre los suficiente para lograr el objetivo de terminar con la escasez de
aquel en una o dos generaciones. No es ilusoria esa posibilidad, el descenso de
la tasa de interés podría estimular demasiado la propensión a consumir a
expensas del ahorro. La misma consecuencia podría derivarse de los altos
impuestos a los ingresos y a las herencias. Pero lo que dará siempre al Estado
la posibilidad de obtener de la comunidad el ahorro suficiente para acrecentar
el capital en la medida de que se juzgue el consumo de las generaciones
presentes a fin de que sus sucesores alcancen en el curso del tiempo el estado
de saturación de inversiones. Más adelante Prebisch se refiere también a la libertad personal dice que la eficiencia proveniente de la
descentralización de las decisiones y de la responsabilidad propia en el juego
del propio interés. La importancia de este factor talvez sea mayor del que se
le atribuyo en el siglo XIX. Sobre todo la libertad personal, si el
individualismo se purga de sus defectos y abusos será la mejor defensa de esa
libertad y de la variedad de vida cuya pérdida es la mayor de las perdidas en
el estado homogéneo totalitario. Pero aclara “el estado totalitario ha resuelto el problema de la desocupación a
expensas de la eficiencia y la libertad. Curemos el mal sin perderlas.
[42]
Prebisch introduce
a Keynes en nuestra cultura económica e institucional,
es de alguna manera el arquetipo de Keynes popular. Podríamos decir que es la
visión opuesta a la de Hicks. Si Hicks rescató de gran parte de la obra de
Keynes los elementos técnicos y los llevó a un modelo matemático para
conocimiento de los economistas pero con exclusión de los capítulos de
contenido autoritario. Prebisch simplificó las partes
más dramáticas de la obra de Keynes y las hizo populares, como algunas que he
mencionado. Fue en gran medida este discurso el que influyó sobre legisladores
economistas y jueces y transformó las libertades de nuestra Constitución.
Ninguno de estos argumentos puede ser sostenido seriamente. Sin embargo,
tuvieron una eficacia de mito dentro de la teoría de la regulación argentina.
Podríamos hablar de un mito Keynesiano. En la elocuencia de algunos párrafos de
Keynes y en particular en los capítulos 23 y 24 de la Teoría General. Puedo
señalar a la obra de Prebisch en nuestras tierras, se
transformó una teoría económica con la fuerza de un mito, es decir un discurso
económico se transformó en un discurso normativo constitucional.
El concepto de emergencia
económica fue creado por los fallos que establecieron el concepto amplio de
poder de policía y de esta manera establecieron una distinción entre las
libertades civiles, que podrían limitarse fundamentalmente en el caso del estado
de sitio y las libertades económicas que podrían verse restringidas cuando las
circunstancias lo indicaran. El holding de Avico c/ de la Pesa estableció algunos límites a la actividad regulatoria estatal
en caso de emergencia económica pero debido a una muy amplia interpretación del
concepto de emergencia los límites rara vez se aplicaron y se implantó una
claudicación judicial en la protección de las libertades económicas. El
concepto de emergencia económica ha sido siempre borroso basta recordar las palabras
del caso Arcenio Peralta “que exista una situación
de emergencia que imponga al Estado el deber de amparar los intereses vitales
de la comunidad.” Es una definición abierta que permite la inclusión de
circunstancias muy variadas sobre todo si “abarca un hecho cuyo ámbito
temporal difiere según circunstancias modales de épocas y sitios”. Considera
además este fallo que las limitaciones constitucionales establecidas en defensa
de los derechos económicos “suelen adolecer de patética ineficiencia frente
a la crisis.”
La noción de emergencia
económica es una claudicación del control judicial para la garantía de las
libertades económicas porque una vez establecida la existencia de una
crisis se le otorga al Congreso y al Ejecutivo una libertad amplia para regular
la vida económica. Generalmente la actividad realizada por los poderes
políticos ha agravado la situación que pretendía remediar. La respuesta a esta
grave situación es el restablecimiento del control judicial en defensa de las
libertades económicas de la misma manera que se efectúa en el caso de las
libertades civiles. Al mismo tiempo el reconocimiento del debido proceso económico
o de razonabilidad económica como forma de control adecuado de las decisiones
tomadas por los poderes políticos durante la situación de emergencia.
Podemos
resumir la evolución desde la protección de los derechos individuales de
naturaleza económica, Alberdi señalaba que:
La
libertad económica es para todos los habitantes, para nacionales y extranjeros,
y así debía de ser. Ceñirla a sólo los hijos del país, habría sido esterilizar
este manantial de riqueza, supuesto que el uso de la libertad económica, más
que el de la libertad política, exige, para ser productivo y fecundo, la
aptitud e inteligencia que de ordinario asisten al trabajador extranjero y
faltan al trabajador argentino de esta época.
La
expresión de Keynes que el estado debe guiar la propensión de consumir,
mencionada en la Teoría General, fue tomada como una base interpretativa del
derecho, inclusive tomando la frase fuera de contexto. Por ejemplo, nuevamente Julio
Oyhanarte en una obra muy difundida a comienzos de la década del ’70 señalaba:
“La
economía mixta. En todos los países occidentales existe un sistema mixto que
divide a la economía en dos sectores: uno público, en que las decisiones del Estado
tienen vigencia normativa; y otro privado, en que el Estado ejerce una función
orientadora, a guiding influence,
como decía Keynes, por medio del manejo de los altos resortes de la
economía, monetarios, cambiarios, aduaneros, impositivos, crediticios, etc., y
de esta manera mantiene las alturas dominantes e influye rectoramente en
la formación del capital, la dirección de las inversiones, la de los ingresos…”.
[43]
Esta
idea que el modelo keynesiano era rector del comportamiento de los órganos
públicos fue reiterada por Oyhanarte en una conferencia pronunciada en 1972.
“El
teórico que extendió, digamos así, el certificado de defunción del Estado
liberal fue un inglés, Lord Keynes, quien hacia los años 30 escribió un
libro en el cual sostenía que para vencer, para impedir las crisis cíclicas, el
Estado debe asumir una influencia rectora. Y el práctico, que consumó la
liquidación del esquema del Estado liberal, fue un presidente de Estados
Unidos, Roosevelt, quién en su política de New Deal, tenazmente resistida por
los círculos tradicionales y por la Corte Suprema de su país, tradujo en
hechos la concepción Keynesiana produjo una modificación sustancial en las
bases y la dimensión del poder político y determinó el pasaje del Estado
liberal al Estado de bienestar…
La
acción de Roosevelt fue tan profunda, tan transformadora, tan
revolucionaria,…que todavía en el año 1960, uno de los liberales ortodoxos
sobrevivientes, Hayek, escribe un libro, en el que califica a Roosevelt
muerto, de totalitario y comunista.”
[44]
El
párrafo del ‘guiding influence’ de Estado, que tuviera una gran influencia en la doctrina judicial merece ser
citado íntegramente:
‘El
estado tendrá que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a
consumir, a través de su sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y
quizá, por otros medios. Por otra parte, parece improbable que la
influencia de la política bancaria sobre la tasa de interés se suficiente por
sí misma para determinar otra de inversión óptima. Creo, por tanto, que una
socialización bastante completa de las inversiones será el único medio para
ocuparse a la ocupación plena; aunque esto no necesita excluir cualquier forma,
transacción o medio por los cuales la autoridad pública coopere con la iniciativa
privada. Pero fuera de esto, no aboga francamente por un sistema de socialismo
de estado que abarque la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No
es la propiedad de los medios de producción la que conviene al estado asumir.
Si éste es capaz de determinar el monto global de los recursos destinados a
aumentar esos medios y la tasa básica de remuneración de quienes los poseen,
habrá realizado todo lo que corresponde. Además, las medidas indispensables
de socialización pueden introducirse gradualmente sin necesidad de romper con
las tradiciones generales de la sociedad.’
[45]
Este
elocuente párrafo, así como el referido a la eutanasia del rentista,
tuvo una enorme influencia sobre el pensamiento jurídico post keynesiano.
Quienes no tenían la formación económica para leer todo el texto de la Teoría
General, en gran medida por la complejidad de su parte principal, se
concentraron en sus conclusiones. De allí salió la argumentación económica,
sencilla, dogmática pero comprensible para dos teorías jurídicas aplicadas
sistemáticamente por los tribunales: la extensión de la soberanía monetaria y
la del proteccionismo en el comercio exterior.
Shackle compara al
pensamiento keynesiano como un kaleidoscopio,
artefacto para recreo que contiene objetos menudos de vidrios de colores cuyas
imágenes se multiplican simétricamente.
Creo que lo que Keynes tenía en mente es un aspecto de su
interpretación caleidoscópica del proceso económico de la
historia. Por teoría caleidoscópica, me refiero a la perspectiva de que las
expectativas, que junto con el impulso de necesidades o ambiciones constituyen
los "motores de acción", están en todo momento tan débilmente
fundadas que pueden sufrir una transformación completa en una hora o incluso en
un instante, tal como los patrones en un caleidoscopio se disuelven al más leve
toque.
[46]
Una descripción de las doctrinas keynesianas sobre el comercio y
las finanzas internacionales sugieren varias conclusiones y nos enfrentan a un
dilema desconcertante. En principio Keynes construye su disciplina de la
reconstrucción económica asignándole al nacionalismo una serie de papeles: la
exclusión de lo irracional, la función de experimentación y la disciplina de la
cultura. Segundo, Keynes impone una descripción diferente de la economía que
impone una distinción con el análisis tradicional de la economía, la política y
la cultura. En este esquema de análisis básico keynesiano, es necesario
fiscalizar, dice ‘ensillar’ ‘harness’, la
psicología incontrolable y los espíritus animales, lo que lo ubica compartiendo
los temores y fantasías culturales habituales en la década del ’30. Esto
sugiera que uno de los principales debates económicos desde mediados de los ’30
hasta el presente tiene una estructura indeterminada, mudable, calidoscópica.
Es decir que un economista sofisticado que deba analizar los
elementos del análisis del comercio y finanzas internacionales se encuentra que
tiene un marco que puede cambiar dramáticamente. Al cambiar la situación
política, o al cambiar los intereses de un gobierno. Una retórica ansiosa
reemplaza que el análisis de los elementos del problema. En gran medida esta es
la razón por la cual muchos economistas han aceptado los modelos matemáticos
realizados sobre la base de las propuestas keynesianas, y han prescindido de
las obras originales. Pero estas han tenido también lectores que han utilizado
su poder retórico para justificar políticas nacionalistas y experimentales.
El cambio de las instituciones influidas por el modelo keynesiano
tuvo lugar a través de las decisiones de legisladores y administradores, pero
también y en forma más decisiva a través de precedentes judiciales. La
importancia de los fallos de la Corte Suprema al interpretar la Constitución es
que al determinar su contenido por los precedentes incluyeron parte de los
enunciados normativos de la economía keynesiana en la interpretación
constitucional. De alguna manera crearon una nueva Constitución económica, una
Constitución keynesiana que autorizó la existencia de las nuevas formas de
regulación. Un ejemplo son los casos del oro de la Corte Suprema de los Estados Unidos, y también los casos
argentinos que establecieron el principio de la ‘soberanía monetaria’, en ellos
se aplica la ‘eutanasia del rentista’ establecida en la Teoría General, dándole
un contenido normativo constitucional.
Uno de las características de calidoscopio keynesiano es que dio
una justificación diferente para quién quisiera encontrar la. Quienes buscaban
una solución al problema del empleo y de la recesión encontraron una receta
para un estado regulatorio y una nueva Constitución económica.
Keynes aportó la justificación económica de la regulación
económica. Fue quién a lo largo de su obra y no exclusivamente en la Teoría
General, indicó la imposibilidad de la autorregulación de la economía y la
necesidad de una regulación estatal. La necesidad de reducir las tasas de
interés hasta obtener la eutanasia del rentista, de aumentar el gasto público,
de cerrar la economía para regresar a un nuevo mercantilismo. Todas estas
propuestas normativas de la economía fueron el fundamento de una nueva
Constitución económica. El fundamento económico sin embargo era endeble, la
teoría económica y la práctica de los últimos años demostró que la propuesta
económica keynesiana era errónea. Aún sus sostenedores más estrictos aceptan
solamente algunos elementos desarrollados por economistas intérpretes
posteriores y no en lo escrito por el propio Keynes. Sin embargo, la
Constitución keynesiana continúa vigente, cuando ya su sustento ideológico ha
desaparecido. Se requiere su reforma a través de los mismos procedimientos que
le dieron origen, un cambio en los precedentes constitucionales.
Lo paradojal es que Keynes ha probado demasiadas cosas:
su introducción de la incertidumbre psicológica nos ha llevado de una economía
que se auto ajustaba a una economía que es incapaz de ajustar. Hay un extraño
fundamentalismo keynesiano, el de un mundo sin reglas. "El libro de Keynes alcanza
su triunfo al señalar que los problemas con los que se ocupa son,
esencialmente, imposibles de resolver."
[47]
Lo que supone que
debemos ignorar la propuesta constante de experimentación o sencillamente
señalar sus inconsistencias. Lo irónico es que la solución existía y en algunos
casos ya era conocida.
Probablemente sus ideas hayan sido
parte de un grupo que llevó las fantasías intelectuales al extremo y que no
pensó en las consecuencias de sus actos. "Bloomsbury alimentó las fantasías de Keynes sobre una discreción elitista impregnada de
motivos puros... y fomentó sus intentos de convertir esas fantasías en una
expresión tangible en el mundo real."
[48]
***
[1]
Ver James Buchanan & Richard
Wagner. Democracy in Deficit: the
political legacy of Lord Keynes. 1.6.
[2]
Citado en James Buchanan, Choice, Contract and
Constitutions. The Collected Works of James Buchanan vol. 16 p. 243.
[3]
Bruce Ackerman. We
the People. Tranformations. The Belknap Press.
Harvard. 1998. Capítulo The missing amendments. P.312
[4]
Robert Skidelsky: John Maynard Keynes, Vol. 1:
Hopes Betrayed 1883-1920, pp.447 + xxviii; Vol.2: The Economist as Saviour, 1920-1937, pp.731 + xxxv; Vol. 3: Fighting
for Britain 1937-1946, pp.580 + xxiii; London, Macmillan. (1983, 1992, 2000).
[5]
Bertrand Russell.
History of Western Philosophy. London.
Unwin. (1946), 1980. Capítulo XXIII, p. 716.
[6] Cf. Teoría General, Capitulo 24, p. 380.
[7]
Cf. Skidelski,
Keynes, vol. 2. The Economist as Saviour. Viking. P.227.
[8]
Estas citas son del ensayo ‘Economic
Possibilities for our Grandchildren’ (1930). Publicado en Essays in Persuasion. P. 358.
[9]
‘Keynes was not a highly trained or a very sophisticated economic
theorist. He started from a rather elementary Marshallism economics and what had been achieved by Walras and Pareto, the Austrians and
the Swedes was very much a closed book to him. I have reason to doubt whether
he ever fully mastered the theory of international trade; I don’t think he had
ever thought systematically on the theory of capital, and even in the theory of
the value of money his starting point —and later the object of his criticism—
appears to have been a very simple, equation-of-exchange-type of the quantity
theory rather than the much more sophisticated cash-balances approach of Alfred
Marshall.’ .A. Hayek, A Tiger
by the Tail: A 40-Years’ Running Commentary on Keynesianism by Hayek, compilado y editado por Sudha R. Shenoy, The Institute of Economic Affairs, Londres 1972, p. 101.
[10]
Cf.
‘Economic possibilities for our Grandchildren’ (1930) en John Maynard Keynes, Essays in Persuasion.New
York. The Norton Library.
1963, p. 358
[11] En ingles hag-ridden, es curioso, pero Keynes imagina este sufrimiento como causado por una mujer muy fea.
[12]
Cf. ‘Economic possibilities for our Grandchildren’ op.cit. p. 373.
[13]
Cf. Paul Samuelson en
Seymour Harris ed. The New Economics. 1948.
[14]
Podemos
recordar la definición de Lord Robbins sobre el problema económico, la relación
entre fines buscado y medios escasos que pueden tener usos alternativos.
[15]
Cf. Raúl Prebisch, Introducción a Keynes.
Tercera Ed. Fondo de Cultura Económica. P.8.
[16]
Keynes
utiliza esta expresión que tiene una carga despectiva para referirse al
atesoramiento, para asociarlo con la avaricia.
[17] ‘Of the Influence of Consumption on Production’(1844), donde refina la extensión de la ley de mercados de Say.
[18]
Keynes,
Teoría General, Fondo de Cultura Económica pp. 97 y ss.
[19] Cf. Keynes, Teoría General, op.cit. p. 31 y ss.
[20]
H. Albert
Hahn, Economía Política y sentido común, Aguilar, Madrid, 1959.
[21]
Están en los ‘Ensayos sobre
Capital e Interés’, publicados originalmente en 1901.
[22] Keynes, Teoría General… op.cit. p. 331.
[23] Keynes, J. M. “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires p.333.
[24]
Richard M. Ebeling, Keynesian Economic Policy and Its Consequences. 1998
[25]
Cf. Joseph Schumpeter. History of
Economic Analysis. Oxford University Press, 1986, p.1170.
[26]
cf. Schumpeter, op. Cit. P. 1172
[27] John Maynard Keynes. Treatise on Money. 1930. Complete Works. Vols. V y VI. El párrafo citado está en la página 458 de la obra.
[28]
Frank H. Easterbrook, THE COURT AND THE ECONOMIC SYSTEM,
Harvard Law Review November, 1984.
[29] La expresión ‘razonabilidad económica’ trascribe la idea del ‘due process of law’ económico que la Corte Suprema de los Estados Unidos tuvo hasta 1937 y luego de los años ’70 nuevamente.
[30]
Skidelsky. Keynes. 1995, p. 229 "an important, if unacknowledged
influence on Keynes” Glen Atkinson, Theodore Oleson Jr.; “Commons and
Keynes: Their Assault on Laissez Faire” Journal of Economic Issues, Vol. 32,
1998.
[31]
PAUL A. SAMUELSON, ECONOMICS 225-79
(McGraw-Hill 1st ed., 1948).
[32]
Id. at 152
[33] Julio Oyhanarte, Recopilación de sus obras. Buenos Aires, 2001. p. 588. La cita de Keynes tiene un error de página, es la 378 de la edición original de 1936.
[34] Una de ellas fue la del Procurador General Sebastián Soler en su dictamen del caso ‘Cine Callao’ en 1960.
[35] Keynes, Teoría General.. Cap. 23, p. 310 (351).
[36]
Keynes ibid. Cap. 23, p. 297 (335).
[37]
Keynes ibid. Cap. 23, p. 301
(340).
[38]
National Industrial Recovery Act,
que creaba ‘carteles’ obligatorios en todas las activides industriales. Fue declarada inconstitucional en caso Schechter Poultry Co. vs. U.S., 295
U.S. 495, (1935).
[39] Cf. Bruce Ackerman. We the People. 2. Transformations. The Belknap Press. Harvard. 1998. p. 312. Tiene un 'capítulo referido al tema llamado ‘The missing amendments’ es decir las enmiendas ausentes, refiriéndose a la reforma constitucional efectuada en 1937 cuando se cambió doctrina constitucional de la Corte Suprema.
[40]
Cf. Arturo Pellet Lastra. Historia política de la Corte. (1930-1970) p. 76. Ed. Ad Hoc. Buenos Aires
2001.
[41] Raúl Prebisch, Introducción a Keynes. Fondo de Cultura Económica. 1947. Cap. XI La teoría de Keynes y su filosofía social. P. 125.
[42] Prebisch, Introducción a Keynes. P. 128.
[43] Julio C. Oyhanarte, Poder Político y Cambio estructural en la Argentina. Un estudio sobre el estado de desarrollo. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1969. Cap. II *11.
[44]
Julio C. Oyhanarte. Hacia el estado moderno en la Argentina. 1972, en Recopilación de sus obras. Buenos Aires. 2001.
p. 628. Oyhanarte ya había sido Ministro de la Corte Suprema designado en 1958
por el Presidente Frondizi. Sería luego Secretario de Justicia y Ministro
nuevamente de la Corte durante la presidencia de Carlos Menem en abril de 1990.
Subrayado del autor.
[45] J. M. Keynes. Teoría General de la ocupación del interés y del dinero. Fondo de Cultura Económica. P. 333, 378 del original inglés.
[46]
G.L.S. Shackle, Keynesian Kaleidics, 1974,
p 42.
[47]
G.L.S. Shackle, Keynes and
Today's Establishment in Economic Theory: A View. XI Journal of Econ. Lit. 516,
(1973)
[48]
Charles Rowley, John Maynard Keynes
and the Attack on Classical Political Economy, in Deficits 120 (James Buchanan,
et. al, eds., 1987).